Rosana Alvarado no solo es una traidora premiada…
Rosana Alvarado ha sido designada embajadora en México. Antes de que la noticia se hiciera pública esta semana, Juan Sebastián Roldán, en una reunión con periodistas, dio a conocer que Alvarado dejaría el Ministerio de Justicia y que el gobierno le había ofrecido dos alternativas. El cruce de miradas entre los periodistas fue elocuente: se cumplía, otra vez, la sentencia –ya popular con Lenín Moreno– según el cual los correístas que muerden el polvo en este gobierno, se caen en realidad para arriba.
Rosana Alvarado hace parte del capítulo evidente, pero aún no dilucidado, de la traición a Rafael Correa. Pero la palabra traidor, como dice una profesora francesa, Nathalie Peyrebonne, es un “espejo distorsionador”. En política, el traicionado siempre reclama al traidor falta de lealtad; el traidor arguye siempre lealtad con sus valores.
No se sabe si Moreno es experto en Maquiavelo, pero parece haberlo leído: “cuando un príncipe dotado de prudencia ve que su fidelidad en las promesas se convierte en perjuicio suyo y que las ocasiones que le determinaron a hacerlas no existen ya, no puede y aún no debe guardarlas a no ser que él consienta en perderse”. Es evidente que Moreno no consintió en Perderse. El poder –y no solo en Maquiavelo,– está pensado casi siempre en función del principio de utilidad. Entre Moreno y Correa debía existir y existe una historia de traición. Pero ¿quién traicionó a quién? ¿Moreno a Correa, como dice el ex presidente? ¿O Correa al proyecto, como sostiene el Presidente? Moreno sin haber leído al filósofo francés Jacques Derrida aplicó uno de sus preceptos: para permanecer fiel a un legado, hay que serle infiel. Eso fue lo hizo: dijo que Correa traicionó el espíritu de Montecristi.
Un hecho cierto es que Moreno, para no perderse, olvidó el libreto que dejó escrito Correa. Otro hecho cierto es que Rosana Alvarado –como algunos otros– se fue con Moreno y traicionó a Correa. Ella pasó de un bando al otro sin hacerse líos políticos o morales. Traidora e impostora: ¿acaso no torció el cuello a los valores en los cuales dice creer y tragó ruedas de molino y serpientes por montones para poder ascender en el aparato de gobierno y del Estado? Ella, contrariamente a Moreno, no ha renegado de nada. No se ha presentado, como Moreno en el papel de Brutus, en abierta conjura contra César, el tirano, para salvar la República. Lenín Moreno es el nuevo príncipe y sigue pagando favores; Rosana Alvarado sigue, según los cánones del más deplorable cinismo, haciendo lo que el correísmo le enseñó: conservar el poder. Su parcela de poder.
Los dos son ganadores. ¿Pero qué tiene que ver su éxito político –el imperativo de Maquiavelo– con la moral? ¿O el éxito, a cualquier precio, es el imperativo moral? Quizá aquí estriba el divorcio profundo que arrastra Moreno con esa parte del electorado que pensó que su traición a Correa implicaba una ruptura no solo con el autoritarismo y la opacidad sino también con esos correístas, estilo Rosana Alvarado, que crearon una nueva raza de políticos en el país: los cínicos tecno-populistas. Algunos tan cínicos como corruptos.
Moreno ha actuado como si la ética y la moral nada tuvieran que ver con la política. Y como si la sociedad pudiera volver a la democracia, prescindiendo de los componentes simbólicos fundamentales que encierra la política. Y que la implican: la igualdad, la responsabilidad, la justicia, la libertad. Por eso reparte embajadas a los correístas. Y por eso es maltratado por la opinión cada vez que lo hace.
El problema que plantea el premio de una embajada a Rosana Alvarado (es apenas un ejemplo) no se inscribe en el dilema tradicional entre idealistas y realistas o pragmáticos en el ejercicio del poder. Lo que está en juego, desde que Moreno se instaló en el poder, se puede concretar en tres preguntas: Si la moral está excluida (de lo contrario personas como Rosana Alvarado estarían fuera de la función pública), ¿qué tipo de sociedad propone Moreno? ¿Sobre qué tipo de poder político (pues no importa el cinismo) busca él reconstruir la institucionalidad del país? ¿Sobre qué criterios éticos (porque excluyó la ética) recomienda que los ciudadanos evalúen su acción y la de su gobierno?
Como se ve, Rosana Alvarado no solo es una traidora premiada.
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