martes, 18 de septiembre de 2018

Perversos abusos
No, por supuesto, no se trata de los chulos del bajo mundo a quienes les importa un bledo el otro con tal de obtener un dinero mal habido. No, se trata de asambleístas elegidos para representarnos en la tarea legislativa y evaluativa del país. Se trata de una turbia historia que coloca a todos al borde de una suerte de desamparo social que se produce cuando hay sujetos que, validos de su poder, hacen añicos las normas de la convivencia y del respeto a los derechos del otro.
17 de septiembre del 2018
POR: Rodrigo Tenorio Ambrossi
Doctor en Psicología Clínica, licenciado en filosofía y escritor.
¿Qué valor tendrán sus palabras de hono-rabilidad, de justicia, de ética y de verdad cuando, tras telones, taimada y grose-ramente abusan de esos asesores robán-doles impúdica-mente sus sueldos?"
Lo que ha acontecido y que probablemente aun acontezca en la Asamblea Nacional es nauseabundo. Los testimonios de las víctimas nos colocan al borde de ese abismo que se abre ante una sociedad estupefacta porque le es casi imposible comprender hasta dónde pueden llegar la crueldad, la avaricia y el aprovechamiento perverso del trabajo de los otros. No, por supuesto, no se trata de los chulos del bajo mundo a quienes les importa un bledo el otro con tal de obtener un dinero mal habido. No, se trata de asambleístas elegidos para representarnos en la tarea legislativa y evaluativa del país.
Se trata de una turbia historia que coloca a todos al borde de una suerte de desamparo social que se produce cuando hay sujetos que, validos de su poder, hacen añicos las normas de la convivencia y del respeto a los derechos del otro.
Porque de eso se trata y de nada más. Todos esos asambleístas que han abusado de aquellos a los que contrataron como asesores deberían dejar sus puestos e ir a buscar trabajo en espacios sociales en los que no importan para nada las normas básicas de la convivencia social, del respeto al otro. Todos ellos deberían irse, hombres y mujeres, porque ese turbio proceso de valerse de la necesidad ajena para lucrar, para abusar y para vejar contradice los principios que deben regir las conductas en una Asamblea Nacional.
¿Con qué cara y con qué voz, con qué conciencia y con qué ética velar con justeza por los intereses del país? ¿Qué valor tendrán sus palabras de honorabilidad, de justicia, de ética y de verdad cuando, tras telones, taimada y groseramente abusan de esos asesores robándoles impúdicamente sus sueldos?
¿La Asamblea de los cínicos? No, por supuesto, no se trata de todos. Pero sí de un grupo suficientemente numeroso como para hacer que tiemble la instancia misma de la Asamblea, su sentido lógico, político y ético. Ciertamente se trata de la politiquería barata e infame que da lugar a estas sucias morales con las que actúan los pobres de espíritu y los huérfanos de ética.
Los relatos de las víctimas dan cuenta precisamente de una grave y hasta casi endémica carencia de límites que caracterizaría a ciertos ciudadanos, hombres y mujeres, introducidos en la política con el único ánimo de figurar y de medrar perversamente. Con sus discursos mendaces han tratado de convertirse en nuestros representantes y, además, en vigilantes éticos del quehacer del país. Ellos los que juzgan políticamente a los otros, los que juzgan sobre el bien hacer de sus propios colegas, de los ministros, de los jueces, del presidente de la república. De todos nosotros. Ellos, sentados en el sitial de la corrupción, pontifican sobre las bienaventuranzas del buen hacer y del buen pensar. Ellos legislan, es decir, crean y proclaman las leyes para que el país camine los senderos del bien, de la verdad y del desarrollo.
Pero sí estarán listos a caer como lobos sobre su presa si alguien, que no sea de los suyos, comete el más mínimo desliz. Entonces se rasgarán las vestiduras y a voz en cuello predicarán las bienaventuranzas de la honradez y de la lealtad. Alguien los llamó con mucha justeza, sepulcros blanqueados. Coimeros profesionales. ¿Hasta cuándo los soportaremos?
Una forma particular de sacar una buena tajada del sueldo de sus asesores para mejorar el suyo propio. Si nombrarlo asesor no es más que un acto de suma benevolencia. Si el trabajo que va a realizar es ínfimo o insignificante. Si agregarlo al equipo de trabajo constituye un acto de pura bondad. Entonces, ¿cómo no hacer que buena parte de sus sueldos legales, pagados por el Estado, es decir, por todos los ciudadanos, se integren a mi propio peculio? Lógica elemental que se sostiene en lo perverso de esa política sucia que adquirió estatus de virtud de modo especial en la década del correato cuando se hizo de la corrupción a gran escala una de las mejores expresiones de la inteligencia, de la bondad y de la honradez.
El país no puede “ver con dos ojos” estas infamias que, según parece, se habría convertido en un modus operandiabsolutamente normal para no pocos asambleístas. Allí debe entrar la justicia para castigarlos severamente. Allí sí es justo aquello de: caiga quien caiga. Allí no puede darse impunidad alguna porque ellos han ofendido severamente la ética del país. En cualquier Congreso del mundo, esos congresistas serían automáticamente descalificados para siempre.
La Asamblea requiere de manera urgente un baño de honestidad. Ya nadie puede lavarse las manos o esconderse tras bastidores. Durante una larga década el país vivió una de las peores gestas de la corrupción en los más altos niveles de la administración del Estado. Nada o casi nada se salvó de la invasión de lo pérfido. Es hora de empezar a lavar algunas instituciones, como la Asamblea en la que no solo están estos avivatos sino otros que antes de llegar ahí pasaron por altos cargos en los que hicieron añicos la verdad, la justicia, la honorabilidad. 

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