Nos siguen faltando los desaparecidos
El 30 de agosto, se conmemora el día internacional de las víctimas de desaparición; es decir, los hombres, mujeres y niños cuyo destino se desconoce.
Una de las peores pesadillas que una familia puede experimentar, con seguridad, es la desaparición de un miembro cercano; la incertidumbre de no saber sobre su paradero. Es un sufrimiento que mata lentamente la existencia de quienes viven esa tragedia. Si pudiésemos tomar por un momento el lugar de los familiares, lograríamos comprender cómo una desaparición tiñe de desolación y amargura todo su entorno y los condena a llevar a cuestas un duelo emocional para siempre.
Todos los días los ciudadanos vemos, en las redes sociales y medios de comunicación, nuevos anuncios con rostros de hombres, mujeres y niños que son buscados por sus familias. Muchos quizás respiran aliviados al saber que entre ellos no están su hijos y parientes, pero otros nos preguntamos qué está pasando y por qué es notorio un incremento en el número de personas que desaparecen sin dejar rastro. Además, nos inquieta advertir que hay un aumento importante en el número de mujeres jóvenes víctimas de esta situación.
Buscando en las estadísticas para entender mejor el problema, nos encontramos con datos ambiguos porque provienen de distintas fuentes gubernamentales que tienen relación, en algún momento, con la investigación de ese fenómeno. La mayoría de las cifras nos dicen que, en el Ecuador, existen aproximadamente 4500 casos de desaparecidos que están en investigación y se considera que esta situación anómala va en aumento.
Esto nos lleva a preguntarnos por qué no se ha dado una respuesta clara por parte del Estado, mediante una estructura que trate adecuadamente este fenómeno; un sistema que tenga la capacidad de coordinar las acciones entre los estamentos involucrados en el tema. Algunos expertos hablan de que la centralización en un organismo del Estado –que se encargue de llevar adelante mecanismos de prevención, seguimiento de casos y resultados eficaces con respecto a la localización y solución de cada desaparición– podría ayudar a mejorar la descoordinación actual.
En el Ecuador tenemos desafortunadamente muchos casos de desapariciones que se vuelven emblemáticos por la imposibilidad de resolución. Todos ellos, antiguos y actuales, nos deberían llevar como sociedad a demandar investigaciones serias y efectivas. Como ciudadanos debemos activar nuestro sentimiento de solidaridad y empatía para con las víctimas, presionando al Estado para que también en estos casos cumpla con su rol.
Es necesario que unamos nuestras voces, que ayudemos a visibilizar su condición. No podemos seguir viendo impávidos cómo los familiares de las víctimas tienen, ellos mismos, que reunir evidencias, organizarse, investigar, llamar la atención de la opinión pública y exigir respuesta a los organismos que tienen la obligación jurídica de cumplir con su ese deber. Mientras las condiciones de seguimiento de estos casos no mejoren, los desaparecidos van a seguir siendo números y estadísticas; seguirán siendo rostros en carteles observados desde lejos durante las marchas y que, luego de ellas, vuelven a ocupar los altares en las casas de sus familias que los siguen esperando.
No olvidemos que los desaparecidos nos siguen faltando: nos faltan David, Emilia, Michel, Juliana y muchos más; hoy vale la pena recordarlos porque son seres humanos, personas que tuvieron una historia, una familia, gente que tuvo sueños y proyectos por cumplir.
Debemos saber que un Estado que no garantiza a las víctimas de desaparición y a sus familiares el derecho a una investigación y a saber la verdad –acorde con lo dispuesto en los instrumentos internacionales vigentes– será un Estado que, a largo plazo, favorecerá la impunidad. Esto, a su vez, generará desconfianza en sus ciudadanos que lo percibirán como ineficaz y, por ende, como un Estado que falla en su obligación de garantizar y tutelar el ejercicio de nuestros derecho a una vida segura y digna.
Ruth Hidalgo es Directora Ejecutiva de Participación Ciudadana.
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