jueves, 23 de julio de 2020

NECESITAMOS UN COMPROMISO.

Dr. Aurelio Aguilar García

Publicado en la revista El Observador (edición 117,  junio de 2020)

Cuántas cosas no sabíamos o las sabíamos a medias antes de vernos
abocados a esta terrible etapa de la historia humana. Comenzando por
algo que en verdad duele reconocerlo: antes de la emergencia sanitaria
éramos libres, relativamente libres, i no lo sabíamos. Libres de actuar,
libres de tomar decisiones de salir o no; de reunirnos o no; de acercarnos
o no, libres i dueños de un espíritu aventurero i soñador. Libres en nuestro
albedrío, como siglos atrás lo había planteado ya Rousseau en su
elaborado “contrato social”. Aquello, por el momento, terminó ora sea
por el respeto a las regulaciones que emanan de los gobernantes de
turno; ora sea por el temor que genera un contagio jamás deseado ora
sea, en fin, por una especie de coacción moral i psicológica a la que nos
han sujetado teniendo como arma letal i de perversa aplicación al miedo,
al infundido temor, a aquel que se alimenta de carroña que en este País
sobra como sobran quienes son los más altos representantes de ella que
han hecho su agosto, aprovechando siniestramente de esta penosa
circunstancia .
Voces desde todos los estamentos de la Patria retumban, en un
desgarrador grito de dolor en contra de este monstruo del averno llamado
corrupción. Todos hablan de él i pocos, muy pocos, luchan en verdad i
eficazmente en su contra. Es más fácil i más cómodo hablar que actuar
decididamente para tratar de vencerlo comenzando por reconocer la
responsabilidad que cada uno ha tenido i tiene en torno a dicha
aberración. Si bien los más claros “exponentes” de esta otra pandemia,
pandemia moral, son sin duda algunos funcionarios públicos no por ello
todos quienes conformamos la sociedad, desde el lugar en el que nos
encontremos, carecemos también de responsabilidad en este terrible mal.
La Justicia entendida como la misión “augusta i casi divina” de la que
hablaba Pedro Ellero, de juzgar al prójimo; representada por Jueces i

Fiscales son o cuando menos se espera que sean el rostro visible de esa
tenaz lucha. Cierto. Pero no por ello ha de aceptarse ni admitirse la
repudiable desidia en la que, por desgracia, una buena parte de la
sociedad se encuentra hasta haber llegado al imperdonable extremo de
habernos convertido en tolerantes i por ende cómplices i/o encubridores
de esta fatalidad que nos asfixia con miserable descaro, sin respetar a
nada ni a nadie, ni al dolor ni a la muerte. Hablamos de ella con una
pasmosa como escalofriante familiaridad. Como si fuese lo normal. Como
“es pan de todos los días” parece que es lo usual…. Con esa actitud ya no
sabemos, ciertamente, “si los buenos somos más” ….
Es que son tantos i tantos los casos, las personas i los espacios en los que
enquistada en la médula social se encuentra la corrupción, que no hace
distingos de cargos ni de funciones, ni de serranos ni costeños, ni de
delgados o “tucos”; ni de prefectos inmorales i pavoneados, o de
expresidentes i familiares a quienes bucaran cuando ya se han fugado; ni
entre pequeños o de quien se a-granda en el asalto a pertrechos de salud
i de tantos otros en una interminable como nefasta lista de saqueadores .
Todos, con correa en mano, han salido a asaltar al erario nacional para
dejarlo en soletas.
I eso, no podemos permitir que siga sucediendo por el bien de este País,
pues es deber moral e histórico de todos nosotros, evitar que la innegable
brecha social que ha marcado siglos de injusticia i abismos de
discriminación siga siendo más profunda debido, en gran medida, a la
endémica presencia de la corrupción representada por miserables que
pasean i se ufanan de una espantosa impunidad que encuentra su
cimiento en este tipo de concepciones sociales de indebida tolerancia.
Basta, basta ya de tolerar a los corruptos i a la corrupción. Hay que cerrar
líneas i juntos, todos los actores sociales, desde el lugar en el que nos
encontremos, debemos comprometernos a contribuir con una decidida i
feroz lucha que debe ser inclaudicable i tenaz hasta llegar a extirpar el mal
de raíz.
No se trata solo de sistemas, el problema central está en nuestra
formación ética que debe ser el bastión i nuestra mejor arma para el
combate. Ese es i debe ser nuestro férreo compromiso, el actuar ética i
moralmente en todo cuanto nos toque llevar a cabo desde el sitial en el
que nos hallemos.

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