lunes, 10 de junio de 2013

EDITORIAL. edición 75, junio de 2013

Por: Jaime Cedillo Feijóo

El discurso pronunciado por el Presidente de la República, Economista Rafael Correa Delgado, durante la ceremonia de posesión en la Asamblea Nacional, para un nuevo período consecutivo de cuatro años, ante la presencia de mandatarios de varios países y delegaciones internacionales, se dio en medio de la expectativa por el contenido del mismo. Pero nada nuevo bajo el sol. Los ecuatorianos esperábamos escuchar palabras conciliadoras, un llamado a la paz social, al diálogo, a la concertación, como único camino para alcanzar el tan anhelado desarrollo y bienestar para el pueblo. Correa dijo que son sus últimos cuatro años al frente del Ecuador, si es así, tiene la oportunidad histórica para demostrar que sí es posible construir grandes obras en consenso; que los proyectos se los puede ejecutar sin desgastar tiempo y energía en ataques innecesarios, que tanto daño han provocado; que sí es factible debatir leyes con altura, con una consulta prelegislativa primero, donde los sectores sociales interesados tengan una activa participación, y posteriormente, sean aprobadas mayoritariamente en la más alta tribuna de la democracia, la Asamblea Nacional, ahora presidida por tres jóvenes mujeres de la “revolución ciudadana”. 
Las leyes tienen que salir desde ese espacio, no desde el ejecutivo, escuchando a las minorías, sin imposiciones ni aplanadoras. Eso que llaman por el ministerio de la ley no huele a democracia auténtica, sabe a viveza criolla, a dejar de hacer, dejar pasar, para que sean otros y no los representantes del pueblo, los que aprueben leyes a su medida, para satisfacer caprichos y ambiciones personales. El parlamento tiene que ser coherente, honesto, practicar lo que se predica, sólo así el Presidente Correa podrá pasar a la historia como un verdadero demócrata, un estadista que gobernó tendiendo puentes a lo largo y ancho de esta pequeña patria; de no ser así, la memoria colectiva le recordará como un déspota que humilló públicamente a sus adversarios, que ofendió a sus semejantes por no compartir sus criterios, que atacó sin descanso a todo aquel que se interponía en su camino, utilizando, para esos fines protervos, los  medios de comunicación que ha ido acumulando en el camino. 
Ya quisiéramos los ecuatorianos tener a cientos, miles de políticos serios, dedicados a la tarea de hacer realidad sueños a favor de los más humildes y olvidados, como la misión humanitaria que acaba de cumplir el señor Lenín Moreno Garcés, desde la Vicepresidencia de la República. A todo señor todo honor. La calidad humana y el trabajo desinteresado de este hombre entregado, trascendió fronteras, llegó hasta los más apartados rincones del mundo. Era la primera vez que los desamparados, los enfermos, los discapacitados, los abandonados, recibían ayuda, atención, consuelo, esperanza, alegría. Esta persona les extendió su mano amiga y les llenó de felicidad. Misión cumplida. Se fue como llegó, estrechando lazos de amor y amistad. Agradeció a la prensa por su desinteresada colaboración, sumó muchísimos amigos. Aconsejó a su compañero Presidente a cambiar de actitud, a deponer odios, a no gobernar con revanchas, sin pasiones enfermizas, a respetar la libertad de expresión de los ecuatorianos, a dejar que los periodistas cumplen con su función fiscalizadora de la cosa pública. Denunció y rechazó los actos de corrupción protagonizados por funcionarios de su gobierno. El político honesto no gobierna para unos pocos, trabaja incansablemente por todos, de manera especial por los más necesitados. La vida nos enseña que no se puede entregar el pescado, ese no es el camino correcto, hay que enseñar y tenemos que aprender a pescar. Hacemos votos para que las cosas malas cambien, que se multipliquen los acuerdos, que la paz y la tranquilidad reine en nuestro maravilloso país. Llegamos a la edición 75, cumplimos 15 años en esta hermosa tarea: hacer periodismo para la gente. Disfruten de los nuevos temas, mil gracias por su generoso apoyo.

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