jueves, 25 de agosto de 2022

 

¿Qué hará Lasso ante este desbarajuste?

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La terna para superintendente de bancos fue una metida de pata. El silencio oficial alrededor del caso Danubio, en el cual no hay, hasta ahora, prueba alguna en contra del ex asesor presidencial Juan José Pons, es un error indefendible. Igual ocurre con el caso de Francisco Gottifredi, amigo y asesor de Carola Ríos, directora de Aduanas, cuando él es socio de Fabián Pozo, secretario jurídico de la Presidencia.

Errores, falta de visión, impericia… El gobierno del presidente Lasso suma errores y metidas de pata en temas en que la fiebre mediática se ha venido expresando en potencial; un modo verbal que mata en el huevo cualquier primicia. Razón suplementaria, entonces, para que sean esclarecidas, con hechos, apenas aparecen.

El gobierno no parece considerar que esa suma de metidas de pata y silencios afectan el capital más importante que tiene en este momento de descomposición social, política e institucional: la transparencia y la honestidad. Dos valores que el presidente, en consonancia con el clamor ciudadano, juzgó tan sustanciales que propuso, precisamente para huir de la opacidad, un código de ética de cumplimiento obligatorio para los funcionarios.

Estos temas ocultan, además, el telón de fondo: el clima de anomia que se respira en el país y que amenaza con descomponer lo que queda de institucionalidad y racionalidad. Muchos grupos trabajan en ese escenario: las mafias del narcotráfico y sus sicarios. Los mineros ilegales y sus aliados. Los políticos que ya tienen uno o dos pies metidos en la narcopolítica. Esas bancadas de la Asamblea que, disfrazando sus verdaderos intereses, han convertido su oficio en una actividad pasmosamente irracional. Esos jueces que a diario prueban estar al servicio de intereses protervos. Y así se puede proseguir con las élites, la academia, la propia prensa… Incluso los jóvenes, más propensos -al parecer- a irse del país que a influir en la búsqueda de esas soluciones pragmáticas, responsables, contrarias al populismo y a la corrupción; soluciones en las que debe pesar el bien común y la razón que tiende a desaparecer bajo el influjo de prejuicios ideológicos, dinámicas emocionales y repliegues identitarios.

Este telón de fondo incide para que perdure en el imaginario social y en el discurso público esa visión catastrófica que se adhiere, como ladilla, a la piel nacional: Ecuador es un país fallido. Ese telón de fondo es, solo en parte, responsabilidad del gobierno. Y la respuesta -se habrá entendido- no depende, ni de lejos, de las mesas de diálogo con los indígenas (que Iza saboteará) ni de las conversaciones de Francisco Jiménez, ministro de gobierno, con Virgilio Saquicela, empleado del correísmo y los impresentables de PK y la ID.

Ante esa telaraña de desgracias nacionales la estrategia política del gobierno -si Jiménez fuera operador de alguna- es absolutamente ilusoria. Y deficiente el argumento oficial, de octubre pasado, que se resumía en: “no a la muerte cruzada porque hay que cuidar la economía”. Eso es importante, pero la crisis nacional es, en este momento, de una envergadura que la sociedad no veía hasta hace poco y que el gobierno no soñó ni en sus peores momentos.

El hecho cierto es que Guillermo Lasso no está solamente ante una crisis económica con incidencia en el empleo, la salud, la relación con la dirigencia indígena o el problema de la inseguridad que, como se nota en Guayaquil, no parará de agravarse. Y así como ese problema no se soluciona echando la culpa al gobierno, como hace Cynthia Viteri, tampoco el gobierno puede creer que su tarea se limita a capotear la anomia que se siente, mientras mejora las cifras económicas. El presidente Lasso, ante el estado del país, no será recordado por haber reducido, con Simón Cueva, y por capital que sea, el déficit fiscal de 7000 millones a 2000 millones…

La situación no se encara fabricando ficciones; un atributo del ministro de Gobierno. Ni sobreaguando en este estado de descomposición que el correísmo, Leonidas Iza y el socialcristianismo aúpan. Decir la verdad al país equivale hacerlo copartícipe de decisiones trascendentes que el presidente debe tomar. En esa agenda aparece como punto focal evitar que esta frágil democracia caiga totalmente en manos de los narcopolíticos que son, además, totalitarios.

Foto: Presidencia de la República

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