jueves, 3 de febrero de 2022

 

El mural de la revolución trasnochada

   en Conexiones4P/Elenfoque/Info  por 

Paola Pabón se hace nudos dando explicaciones sobre el mural que contrató a Pavel Egüez. Que el régimen especial le permite hacer contrataciones a dedo. Que solo es el 0,4% del presupuesto de la Prefectura. Que era la mejor opción. Que es un legado para Quito. Que es parte del bicentenario de la Batalla de Pichincha. Que no hay muchos muralistas . Que Egüez es el mejor…

Egüez ayuda como puede. –En un tuit manda a la gente a que se informe sobre él y dice él que no se beneficia, como si 480 mil dólares fueran pelo de cochino. Rafael Correa, experto en pegarse tiros en la nuca, pregunta en un tuit ¿por dónde un mural bicentenario a cargo del mejor muralista puede parecerse a “atraco millonario”? El casi medio millón de dólares no les luce exorbitante porque lo que está de por medio, a sus ojos, es “un legado” histórico producido por “el mejor muralista”. En definitiva, el debate no es con ellos.

Pero, claro, si se examina de qué legado se habla y quién lo hace, quizá se pueda entender de qué hablan los correístas. Ellos dicen que el mural de Egüez es una obra de arte. Como si el arte y sus formas fueran estáticas. Y por supuesto Paola Pabón tiene razón de equiparar lo que hace Egüez con el muralismo mexicano. Lo que no dice, porque lo que le importa no es el arte sino su uso épico, es que esa tendencia se impuso en México en los años veinte del siglo pasado, en un ambiente nacionalista y como expresión plástica de un compromiso político. Por eso ese movimiento no pesó en el arte mundial, a pesar de haber tenido grandes figuras como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.

El arte, en efecto, estuvo marcado en Europa hasta la década de los 50 -que el muralismo estuvo vigente- por otras tendencias: el dadaísmo, el expresionismo abstracto, el surrealismo… Y a comienzos de los cincuenta se comenzó a hablar en Estados Unidos de la “Pintura de Acción”, con  Pollock como uno de sus grandes representantes.

Se dirá que en América Latina el influjo del muralismo mexicano se volvió predominante. No es verdad. Una argentina, Marta Traba, mostró, desde 1954, en la academia y en la Tv de Colombia, que el arte latinoamericano fue víctima del muralismo mexicano. Y que, por exaltar en forma pintoresca al indígena y los rasgos primitivistas de estas sociedades, puso en la congeladora la reflexión crítica y, sobre todo, la reflexión estética.

Marta Traba partió la historia del arte en Colombia y logró poner en órbita una enorme camada de jóvenes artistas que propusieron nuevas formas de expresión: experimentación, informalismo, pop, abstracción geométrica… La ruptura fue tan radical que muchos de los primitivistas colombianos cerraron sus talleres. Traba desparroquializó a Colombia en el campo de las artes plásticas e hizo entender a los artistas, hasta 1969 que dejó ese país, que su tarea radica en elaborar el arte como lenguaje independiente; no como instrumento del poder político, cualquiera que este sea.

Pabón y Egüez viven en ese mundo petrificado donde el muralismo es lo que fue hace muchas décadas y Egüez juega a ser la copia, muy desmejorada por cierto, de los artistas mexicanos. Cuando Pabón habla de “legado” piensa en mensajes políticos a la vieja usanza. Y cuando Correa habla del “mejor muralista” solo piensa en un seguidor hábil para fijar imágenes, supuestamente disruptivas, en un muro.

Correa y Pabón no sólo desconocen lo que pasó en un siglo en el arte mundial: desconocen lo que ha pasado en generaciones de artistas ecuatorianos desde hace décadas. Contratan a Egüez porque ya no está Guayasamín. Y lo hacen sin sospechar siquiera que los artistas ecuatorianos enterraron hace décadas a Guayasamín, su actitud e imágenes que también él copió a los mexicanos.

Correa y Pabón no vieron en su gobierno las publicaciones de la revista Vanguardia que, de 2005 a 2010, se dedicó a mostrar el trabajo importante de decenas de artistas jóvenes. Nunca vieron la labor de la galería de la Flacso, dirigida entonces, por Marcelo Aguirre. Tampoco se enteraron de la actividad encomiable de la galería DPM en Guayaquil que, con esmero, mostró los nuevos nombres del arte en el país. Tampoco deben haber oído hablar de Rodolfo Kronfle que, al igual que otros críticos, han analizado la actual producción artística en el país. Un itinerario que Kronfle sintetizó en un libro “1998-2009, Historia(s) en el arte contemporáneo del Ecuador».

Pabón y Correa usan al muralista -que dice no beneficiarse de 480 000 dólares- porque desconocen el significado de la palabra contemporáneo. Ella, su líder y su muralista preferido son decidida y ontológicamente retrógrados. Todavía creen que el arte debe servir a configurar la identidad nacional y que ellos son los forjadores de ese legado. Así quieren hacer otro mural, supuestamente artístico, con una visión que tiene, si se mira la historia del arte, más de un siglo. Porque antes de los muralistas mexicanos, Picasso y Braque ya habían propuesto el cubismo. Decirles trasnochados es tratarlos con guante de seda.

Foto: Presidencia de la República.  

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