martes, 26 de octubre de 2021

 

POR: Jaime Idrovo Urigüen

Publicado en la Revista El Observador (edición 125, octubre de 2021) 

 


Pragmatismo; el fin de las ideologías
Si se acabaran las ideologías, se terminaría también el derrotero intelectual y ético del ser humano, porque nos convertiríamos en cosas: nos cosificaríamos y habríamos perdido el sentido del desarrollo social de la humanidad, alcanzado en millones de años.

Además, y por suerte, aquella paradoja señalada hace casi tres décadas por el norteamericano, Francis Fukuyama (El fin de la Historia; 1992), no pasa de ser una visión macabra de la historia, según la cual, estamos destinados a sucumbir eternamente en las redes del neoliberalismo. Como si a los seres humanos, atrapados en el pragmatismo y el consumismo, no nos quedara otra alternativa, una vez que fue oficialmente sepultado el socialismo a nivel mundial, tanto por la maquinaria demoledora de las democracias liberales, cuanto por las propias contradicciones internas que se generaron en los países que se identificaron con el mismo. 

Cuestiones que están aún por debatirse, sobre todo cuando el planeta ya no da más frente al extractivismo irracional de los recursos naturales impuesto por las superpotencias, el mercado capitalista y, desde luego, por ese facilismo con que nosotros nos hemos acostumbrado a los supermercados, los centros comerciales y las baratijas que, con el slogan de úselo y bote, concebimos a nuestra casa-planeta como un simple basurero.

En este contexto ¿Se acabaron las ideologías?  ¿El pragmatismo no es acaso una parte del positivismo que ha buscado imponerse como ideología desde el siglo XIX? ¿Está prohibido soñar y peor aún, empujar las utopías como parte del futuro que esperamos construir? O acaso debemos comulgar con la pesadilla de ser millonarios, sin pensar siquiera en la realidad de los invisibles que son la inmensa mayoría de seres humanos que, apenas si tienen o pueden llevarse un mendrugo a sus desvalidos cuerpos. Finalmente, qué mejor que las ideologías para que las personas expresen su verdadero sentido de la existencia y no tengamos que recurrir a los discursos vacíos que, desde luego, una vez analizados, desnudan lo que realmente somos y queremos.

En este sentido, la derecha ecuatoriana y quienes se llaman de izquierda, aunque subsisten en el patio trasero de las clases dominantes, festejan la mansedumbre de las democracias representativas, pero ponen el grito en el cielo cuando quienes son electos no los representan directamente. Las dictaduras son buenas cuando exterminan los llamados extremismos que vienen del lado de los desposeídos; son malas y perversas cuando imponen leyes que no respaldan y garantizan la reproducción ilegal del capital.

Le llaman progreso a la conducta rectilínea de los ciudadanos que obedecen sin cuestionamiento el orden público. Como un barrendero hábil, esconden los denigrantes suburbios urbanos debajo de las alfombradas mansiones y unos cuantos monumentos que sirven de pretexto para la industria del turismo. Como ropavejeros, disfrazan a los pobres de folklor y explotan sus menguadas economías. Todo, o casi todo aquello que se traduce por progreso, esconde lágrimas y sangre de quienes ven de lejos el paraíso que pintan los gobernantes. Así se expresa el pragmatismo, con la delirante idea del progreso que enriquece más a los ricos y empobrece aún más a los pobres.

Ejemplo de ello es nuestro Presidente Constitucional que llama ricos a los campesinos e indígenas, que asociados en cooperativas han adquirido un tractor, comparándoles con el 30 e niños desnutridos, a quienes pretende defender, aunque su estado será más calamitoso, cuando se empaten los precios de los combustibles con el mercado de los países del primer mundo, que aparecen como sinónimo de progreso. ¡El pragmatismo se impone!
Por otro lado, no es de ociosos repasar y repensar el pasado de la humanidad. La utopía de los esclavos fue ser libres; de los siervos, tener su propia tierra; de los obreros, condiciones dignas de trabajo y reparto justo de utilidades; de los pueblos y nacionalidades, ser dueños de sus territorios y albedrio; del Comunismo, una sociedad sin clases ni explotadores. Tampoco hace daño buscar explicaciones al fracaso de los regímenes socialistas. Al contrario, entender que nada es perfecto, pero que la perfección es una duda razonablemente alcanzable, nos lleva a la convicción de que la historia no se detiene y que el socialismo es totalmente factible. Ya no tanto un sueño. Justamente porque la experiencia de más de un siglo nos ha marcado pautas para caminar con los ojos abiertos y no de la mano de un lazarillo, tan solitario como suelen ser las utopías.

De suerte que el pragmatismo del capital tiene que ser cambiado por una realidad que, si no se construye ahora, terminará, como está sucediendo, convertido en el fin de la historia. No tanto por el estallido de una tercera guerra mundial. Mas bien porque la Naturaleza se sacude y como partículas de polvo seremos despedidos del cuerpo que ahora nos abriga y alimenta.
En la portada de una revista ecuatoriana del año 1990, se decía que los indios son un volcán que despierta ¡Cierto! Pero resulta que este país es un continente de volcanes y Latinoamérica es un super mega volcán que está activo, con fuerzas profundamente constructivas pero también devastadoras. Entonces ¿cómo silenciar las injusticias que por siglos se hallan represadas como lavas ardientes en el interior de los pueblos?

Nada mejor que los discursos populistas que niegan la ideología desde lo contestatario, mientras el mundo se ha convertido en una realidad perversa y pervertida, tejida de supuestos e imágenes que se banalizan en la TV; que son retocadas por ágiles periodistas que defienden a ultranza su estatus y el de sus patronos.

En el Ecuador de este primer cuarto de siglo, se siembran esperanzas, pero ningún gobierno de turno se acuerda de regarlas. Sólo cuentan los que venden al por mayor, los intermediarios y los que firman los contratos de compra-venta-compra. Aquellos que ponen casi todo para que la semilla se haga planta, la planta de frutos y salgan a los mercados, son tratados como parias en una sociedad pragmática que debe pagar sus deudas mal habidas en el extranjero, sin acordarse de las propias, incluso si afectan a sus padres o hermanos.

Aprendí leyéndole a Carlos Marx, que la filosofía esconde, pero también devela las lacras de los sistemas sociales y económicos de cada época. Igualmente, que los filósofos tienen que abandonar la esfera de lo esotérico y subliminal, para enraizarse en la cotidianidad del ser humano y dar respuestas objetivas a sus problemas. Ocurre también, que se pierde el pulso del día cuando los padres de la patria hablan de democracia. Esa palabra oscura como los agujeros negros de los cuales tan poco sabemos, aunque nos atraviesan de todas formas, sumándose a los engaños del pragmatismo y el progreso.

Pero es cierto, los años no pasan en vano y después de haber vivido los estragos lejanos de la Segunda Guerra Mundial y, de paso, la supuesta caída del socialismo, podemos decir que el progreso es una suerte de basurero público en donde el pragmatismo de la occidental forma de ser demócratas, liberales y tercer mundistas que nos define, nos tiene confabulados con la Naturaleza, para que la vida recupere su cause normal y expectativas.

En este sentido, Lenin se preguntaba ¿Qué hacer? cuando los atajos y pantanos de la revolución bolchevique se enfrentaban con la crudeza del invierno social ruso. Mientras que ahora, en medio de un tiempo sin estaciones y cambios climáticos que anuncian un holocausto ambiental inminente, debemos, como hace cien años, hacernos la misma pregunta, pero a sabiendas de que no existen recetarios de botica para que se produzcan los cambios sociales. Me permito entonces sugerir que la pregunta capital de este momento subraya el: ¿Qué tipo de sociedad queremos? Incluye algunos escenarios como:

1. Todo tiene razón de ser, con y por la Naturaleza. Sin ella, no hay futuro; sus derechos son la mayor garantía para la supervivencia de los humanos y millones de especies mas.

2. El extractivismo es el arma fuerte del capitalismo, pero también su talón de Aquiles. Estamos obligados a frenar su irracional conducta, so pena de vernos en poco tiempo sin agua y aire puros, sin bosques ni tierras cultivables.

3. La lucha contra el capitalismo debe ser frontal y en todos los terrenos. Ahora mas que nunca necesitamos fortalecer y ampliar una ideología que piense desde abajo en el ser humano integral, en su entorno y futuro, no en las parcelas de poder que especulan con un presente único.

4. Debemos mirar el bosque, pero por igual a cada árbol que lo constituye. Sin la percepción y acercamiento a las realidades de cada ser, el estado y la sociedad con su estructura clasista se convierten en una maquinaria de opresión y nos desnaturalizan, nos masifica.

5. La democracia es un término hueco, cuando responde a los intereses de un sector o clase social. Además, mientras más grande es un estado, menor es el ejercicio de la democracia.

6. Las autonomías regionales y el reconocimiento de las nacionalidades con sus territorios y espacios de vida cultural, son la clave para comenzar a rescatar el tiempo perdido.

7. Solo la participación real de las comunidades en la toma de decisiones locales, regionales y nacionales puede solventar un orden social y económico justo. Por ello, si el estado tiene una función reguladora, este debe ser la expresión viva de los parlamentos regionales y provinciales, con pleno ejercicio de sus voluntades y soberanía, sin discriminar su origen ni formas de organización.

8. La diversidad cultural es parte primordial del remedio para la crisis que enfrenta el mundo. Hacen falta estados que alimenten estas fortalezas y, no, la robotización de nuestras vidas.

9. Todo tipo de discriminación es aberrante y debe sancionarse en los códigos de conducta individual, colectiva y universal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario