Publicado en la Revista El Observador (edición 125, octubre de 2021)
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Si esta página literaria tuviese bandera, flamearía con los principios y valores de la fraternidad, equidad, justicia, libertad, democracia, cogobierno, honestidad, educación, cultura, trabajo, defensa del patrimonio natural y cultural, y los demás principios y valores para bien y felicidad colectiva. Sin embargo, en modesta forma, esta página procura difundir el amor a la literatura, a la lectura, a la investigación, para engrandecer la cultura general. Maravilloso sería mirar en las bellas márgenes de los ríos de Cuenca, bajo la sombra fresca de los árboles, a los jóvenes enamorados leyendo “Romeo y Julieta”, de William Shakespeare (inglés); “La Madre”, de Máximo Gorki (Alexéi Maximóvich Peshkov, ruso); “Corazón”, de Edmundo de Amicis (italiano); “La dama de la camelias”, de Alejandro Dumas Labay (francés); “Mujercitas”, de Louisa May Alcott (estadounidense); “Regina”, de Antonio Velasco Piña (mexicano); “María”, de Jorge Isaacs Ferrer (colombiano); “Doña Bárbara”, de Rómulo Gallegos Freire (venezolano); “La Enmancipada”, de Miguel Riofrío Pedreros (ecuatoriano); “Cumandá”, de Juan León Mera (ecuatoriano); “María Jesús”, de Medardo Ángel Silva Rodas (ecuatoriano); “Mi Poema” y “La Leyenda de Hernán”, de Remigio Crespo Toral (ecuatoriano); “Amalia”, de José Mármol Zavaleta (argentino); “Tabaré”, de Juan Zorrilla de San Martín (uruguayo); para que tengan un panorama de las circunstancias de la vida, sintiendo el privilegio de ser dueños de cuatro ríos de márgenes hermosas, que deben permanecer intactas, sin alteración de su belleza natural. Y en nuestro anhelo de colaborar a la ilustración de nuestros lectores, traemos el recuerdo de dos sacerdotes intelectuales, que dejaron obras y mensajes benéficos para la vida. Juan de Velasco y Pérez Petroche, riobambeño, autor de “Sonetos”, “Historia del Reino de Quito”, “Carta Geográfica del Reino de Quito” y otras obras de suma importancia. José María Vargas Arévalo, azuayo, Premio Nacional Eugenio Espejo 1984, autor de “Historia de la Cultura Ecuatoriana”, “La Cultura de Quito Colonial” y otras obras valiosas. Y para concluir, en memoria a un sacerdote español, con espíritu ecuatoriano, que desde 1968 hasta su muerte en el 2014, se radicó en Guayaquil y descansa para siempre en el “Parque de la Paz” de esta misma ciudad; después de un apostolado lleno de trabajo comunitario, autor de varios libros, columnista de EL UNIVERSO, para reflexión sobre la vida, su poema siguiente: ROMANCE DEL CURA CANSADO Con las alforjas repletas de pecados perdonados a su casa regresaba un pobre cura cansado. El alma le parecía más que un motor un peñasco que arrastraba con su cuerpo ya casi roto en pedazos. Andaba con cinco horas pasadas sin entreactos sentado en el duro asiento de un feo confesonario. Dándole muerte a la muerte y haciendo con Dios milagros la carga de tanta vida le forzaba andar despacio. Cientos de faltas oídas miles de consejos dados toneladas de perdones cataratas de amor santo. Tristezas y desalientos esperanzas y entusiasmos serenidad en la guerra alegría en los fracasos. Pechos casi sin latidos de nuevo vigorizados y trapos sucios de barro más que nunca blanqueados. Regresaba satisfecho el pobre cura cansado y tuvo un mal pensamiento que rechazó de inmediato: “¡Ah, si yo fuera siquiatra y cobrara mi trabajo! ¡Con solo cobrar un poco ya sería millonario!”. Después para divertirse se imaginó haciendo el gasto de los millones de sucres depositados en blancos. “Los gastaría en remedios en guardias y abogados en somníferos y joyas en dentistas y gimnasios en viajes y baño sauna en comilonas y tragos en digestivos y sastres y en caprichos supercaros. Tendría tanto de todo -se dijo el cura cansado- que tendría mil problemas y tendría que arreglarlos. En cambio como no cobro ni un miserable centavo me fastidio pero vivo nada problematizado. Cuanto más de mí me olvido más alegremente canto, cuanto más reparto Gracia más me voy santificando”. Con esto llegó a la puerta de su hogar tan cansado y se olvidó en un instante de su terrible cansancio. Otra vez regó sonrisas otra vez secó más llanto y otra vez hasta dormirse se siguió sacrificando. Al llegar el nuevo día dejó la cama de un salto y al mirarse en el espejo no se encontró avejentado. Por dentro dijo: “Dios mío ¡qué generoso es Tu pago! ¡qué pena que tantos hombres vivan tan equivocados! Si pensaran en los otros y fueran menos tacaños olvidados de sí mismos se harían viejos cantando”. |
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