Desde el
mismo día que cayó el Muro de Berlín, dando así fin al sueño de un mundo
idílico en el que imperaran la justicia, la libertad, el reparto justo de la
riqueza y la igualdad entre todos los hombres que integramos esta gran familia
que se llama la Humanidad, todo se ha sucedido para lo peor. He ensayado en
muchas ocasiones el tratar de entender por qué un sistema supuestamente creado
para el bien y fundamentado en un postulado filosófico irrebatible – el
materialismo histórico y dialéctico - diseñado por las mentes más lucidas de la
inteligencia europea, pudo fracasar. Existen muchísimas explicaciones que
podrían dar respuesta a esa inquietud, pero cada una es parcial y nunca abarca
el contenido total de la respuesta que esperamos. Es verdad que la Unión
Soviética tuvo que destinar inmensas sumas de dinero para poder desarrollar una
tecnología militar que la pusiera de igual a igual con sus enemigos, las
potencias capitalistas y ello le obligó a descuidar otras áreas de desarrollo
comunitario.
Cuando el triunfo de la Revolución de Octubre, Rusia no era otra
cosa que un país de campesinos pobres, carente de toda estructura industrial de
importancia y le tocó armarse a la carrera, primero para enfrentar a los
enemigos del viejo zarismo que todavía subsistían, y, muy pronto, para
defenderse de la Alemania Nazi, que financiada principalmente por los grandes
fabricantes de armamentos se había jurado exterminar a una potencia que se
había declarado enemiga de la propiedad privada, no en el sentido de la
propiedad personal - tu casa, tu automóvil, tus cosas personales - sino la
propiedad sobre los medios de producción. Eso constituía un atentado contra los
grandes monopolios que ya se habían empezado a consolidar en el planeta, en
especial los vinculados al inagotable negocio de la guerra. No puedo resumir en
estas letras las decenas de artículos y ensayos que he leído con respecto al
fracaso del comunismo, pero quiero insistir una vez más en mi tesis de que gran
parte de la culpa la tiene este ser perverso, en el que anidan, curiosamente al
mismo tiempo, la más profunda de las espiritualidades y lo más bajo de los
instintos que puedan anidar en nuestros espíritus: el hombre. Somos el mismo
hombre de Neanderthal, con la diferencia de que ahora vestimos con terno y
corbata y en vez del garrote andamos con un misil atómico en la mano.
Todo esto ha acudido a mi mente después de
meditar en toda la información que he recibido en los últimos meses, y en
especial los últimos días, sobre la marcha de los procesos que se instauraron
en nuestra América Latina después de la Revolución Bolivariana encabezada por
Chávez en Venezuela y que motivó tantas expectativas en todo el continente
americano. Y quizás más allá.
Escúcheseme bien: ningún proceso político
puede ser calificado como progresista, peor revolucionario, si sus líderes
ponen de manifiesto su apetito voraz e insaciable por robar y atracar el erario
nacional. Bolívar era un hombre rico, quizás uno de los más ricos de Venezuela,
propietario, entre otros bienes, de las Minas de Aroa; todo lo entregó para
cumplir su sueño de libertar América.
Sueño noble y legítimo. Quizás pensó en la
Gloria que le depararía ante la Historia su esfuerzo denodado y que pagó con su
sacrificio físico - murió joven y tuberculoso - y tras conocer el veneno de la
traición de sus compañeros de armas. Legítimo también. Alcanzar la Gloria es lo
único que nos diferencia de los animales. Lo que se observa hoy en Venezuela
tras de la muerte de Chávez es vomitivo.
Su familia, vulgarmente enriquecida, cree
tener derecho de usufructo sobre su memoria; su autodenominado hijo político,
Maduro, producto de un fraude escandaloso, se ve cercado por las ambiciones de
un goriloide con cara de estupefacto, Cabello, también millonario que exhibe lo
grotesco de su riqueza delante de un pueblo alienado que se muere de hambre.
Atrás, como árbitros de un proceso que podrá tener cualquier final, una mafia
de militares corrompidos que defienden su espacio de monopolistas del
nauseabundo negocio del narcotráfico, en conciliábulo con la Gran Potencia que
dice luchar contra tan sucio negocio mientras alimenta la caja de sus bancos,
quebrados todos, gracias a la inoperancia de su modelo de capitalismo salvaje.
Todos estos fueron los que escarnecieron - invocándolo en sus canciones
hipócritas - la memoria del único revolucionario que supo hacer honor a sus
convicciones: Ernesto Che Guevara. Él ganó el poder con su fusil, derrotando al
tirano Batista; ocupó muchos cargos dentro del proceso revolucionario cubano,
sin haber disfrutado de una sola prebenda por su condición de autoridad. Cuando
sus ideales chocaron con el pragmatismo del proceso, renunció a todo y se fue
con su fusil a buscar la muerte. ¡Qué sacrilegio ejecutan todos aquellos que
evocan su memoria mientras saquean sus naciones! Nicaragua y la familia Ortega
siguen manteniendo en la pobreza más abyecta a una desgraciada nación que tras sufrir
el terremoto del Somozato ha caído en la ignominia del Ortegato. ¡Paciencia,
general Sandino! ¡Alguien un día no tomará tu nombre en vano! ¡Ni tampoco el
tuyo, patriota de patriotas, Salvador Allende. Tu ejemplo fructificará y
volverá a ser Luz de nuestra América! ¡Y qué decir del descaro que manifiesta
ese subproducto del peronismo engañoso y farsante que encarna la familia
Kirchner! Solo me atrevo a evocar con respeto la figura del anciano presidente
uruguayo Mujica. Si él también me fallara, ya no tendría en quien confiar.
Deseo, finalmente, transcribir para ustedes el pensamiento hecho público por el
Papa Francisco y que recoge la prensa internacional de hoy:
El papa Francisco afirmó ayer que en la actual
crisis económica y financiera que afecta sobre todo a una gran parte de Europa
se ven los resultados de un “capitalismo salvaje” que ha instaurado la lógica
del beneficio a ”cualquier coste”.
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