martes, 13 de agosto de 2013

Revolucionarios auténticos

Por: Enrique Gallegos Arends.
Desde el mismo día que cayó el Muro de Berlín, dando así fin al sueño de un mundo idílico en el que imperaran la justicia, la libertad, el reparto justo de la riqueza y la igualdad entre todos los hombres que integramos esta gran familia que se llama la Humanidad, todo se ha sucedido para lo peor. He ensayado en muchas ocasiones el tratar de entender por qué un sistema supuestamente creado para el bien y fundamentado en un postulado filosófico irrebatible – el materialismo histórico y dialéctico - diseñado por las mentes más lucidas de la inteligencia europea, pudo fracasar. Existen muchísimas explicaciones que podrían dar respuesta a esa inquietud, pero cada una es parcial y nunca abarca el contenido total de la respuesta que esperamos. Es verdad que la Unión Soviética tuvo que destinar inmensas sumas de dinero para poder desarrollar una tecnología militar que la pusiera de igual a igual con sus enemigos, las potencias capitalistas y ello le obligó a descuidar otras áreas de desarrollo comunitario.

Cuando el triunfo de la Revolución de Octubre, Rusia no era otra cosa que un país de campesinos pobres, carente de toda estructura industrial de importancia y le tocó armarse a la carrera, primero para enfrentar a los enemigos del viejo zarismo que todavía subsistían, y, muy pronto, para defenderse de la Alemania Nazi, que financiada principalmente por los grandes fabricantes de armamentos se había jurado exterminar a una potencia que se había declarado enemiga de la propiedad privada, no en el sentido de la propiedad personal - tu casa, tu automóvil, tus cosas personales - sino la propiedad sobre los medios de producción. Eso constituía un atentado contra los grandes monopolios que ya se habían empezado a consolidar en el planeta, en especial los vinculados al inagotable negocio de la guerra. No puedo resumir en estas letras las decenas de artículos y ensayos que he leído con respecto al fracaso del comunismo, pero quiero insistir una vez más en mi tesis de que gran parte de la culpa la tiene este ser perverso, en el que anidan, curiosamente al mismo tiempo, la más profunda de las espiritualidades y lo más bajo de los instintos que puedan anidar en nuestros espíritus: el hombre. Somos el mismo hombre de Neanderthal, con la diferencia de que ahora vestimos con terno y corbata y en vez del garrote andamos con un misil atómico en la mano.
Todo esto ha acudido a mi mente después de meditar en toda la información que he recibido en los últimos meses, y en especial los últimos días, sobre la marcha de los procesos que se instauraron en nuestra América Latina después de la Revolución Bolivariana encabezada por Chávez en Venezuela y que motivó tantas expectativas en todo el continente americano. Y quizás más allá.
Escúcheseme bien: ningún proceso político puede ser calificado como progresista, peor revolucionario, si sus líderes ponen de manifiesto su apetito voraz e insaciable por robar y atracar el erario nacional. Bolívar era un hombre rico, quizás uno de los más ricos de Venezuela, propietario, entre otros bienes, de las Minas de Aroa; todo lo entregó para cumplir su sueño de libertar América.
Sueño noble y legítimo. Quizás pensó en la Gloria que le depararía ante la Historia su esfuerzo denodado y que pagó con su sacrificio físico - murió joven y tuberculoso - y tras conocer el veneno de la traición de sus compañeros de armas. Legítimo también. Alcanzar la Gloria es lo único que nos diferencia de los animales. Lo que se observa hoy en Venezuela tras de la muerte de Chávez es vomitivo.
Su familia, vulgarmente enriquecida, cree tener derecho de usufructo sobre su memoria; su autodenominado hijo político, Maduro, producto de un fraude escandaloso, se ve cercado por las ambiciones de un goriloide con cara de estupefacto, Cabello, también millonario que exhibe lo grotesco de su riqueza delante de un pueblo alienado que se muere de hambre. Atrás, como árbitros de un proceso que podrá tener cualquier final, una mafia de militares corrompidos que defienden su espacio de monopolistas del nauseabundo negocio del narcotráfico, en conciliábulo con la Gran Potencia que dice luchar contra tan sucio negocio mientras alimenta la caja de sus bancos, quebrados todos, gracias a la inoperancia de su modelo de capitalismo salvaje. Todos estos fueron los que escarnecieron - invocándolo en sus canciones hipócritas - la memoria del único revolucionario que supo hacer honor a sus convicciones: Ernesto Che Guevara. Él ganó el poder con su fusil, derrotando al tirano Batista; ocupó muchos cargos dentro del proceso revolucionario cubano, sin haber disfrutado de una sola prebenda por su condición de autoridad. Cuando sus ideales chocaron con el pragmatismo del proceso, renunció a todo y se fue con su fusil a buscar la muerte. ¡Qué sacrilegio ejecutan todos aquellos que evocan su memoria mientras saquean sus naciones! Nicaragua y la familia Ortega siguen manteniendo en la pobreza más abyecta a una desgraciada nación que tras sufrir el terremoto del Somozato ha caído en la ignominia del Ortegato. ¡Paciencia, general Sandino! ¡Alguien un día no tomará tu nombre en vano! ¡Ni tampoco el tuyo, patriota de patriotas, Salvador Allende. Tu ejemplo fructificará y volverá a ser Luz de nuestra América! ¡Y qué decir del descaro que manifiesta ese subproducto del peronismo engañoso y farsante que encarna la familia Kirchner! Solo me atrevo a evocar con respeto la figura del anciano presidente uruguayo Mujica. Si él también me fallara, ya no tendría en quien confiar. Deseo, finalmente, transcribir para ustedes el pensamiento hecho público por el Papa Francisco y que recoge la prensa internacional de hoy:
El papa Francisco afirmó ayer que en la actual crisis económica y financiera que afecta sobre todo a una gran parte de Europa se ven los resultados de un “capitalismo salvaje” que ha instaurado la lógica del beneficio a ”cualquier coste”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario