viernes, 29 de octubre de 2021

 

POR: José Manuel Castellano

Publicado en la Revista El Observador (edición 125, octubre de 2021) 

 


La competitividad en el cine independiente
Agradezco a los organizadores del VII Festival Internacional de Cine de Guayaquil la invitación que se me ha cursado a participar en calidad de jurado en ese reciente certamen cinematográfico, celebrado el pasado 23 de septiembre, como por la muy oportuna e interesante mesa de diálogo, que estaba integrada por Carla Larrea, directora y productora de cine (Ecuador); Douglas Morales, licenciado en Sistemas Multimedia (Ecuador); Uriel Martínez, Director del Festival de Cine FENACIR (México); Luciano Nacci, Director del Festival Luz del Desierto (Argentina), Sebastián Kohan, sociólogo, cineasta, guionista y docente (Argentina); y quien suscribe estas líneas.

El tema central de esa mesa redonda, moderada por Cheo Poggy, giraba en torno a las ventajas y desventajas de la competencia de cine independiente en festivales. Un encuentro donde los distintos panelistas pusieron sobre la mesa una serie de asuntos claves, por lo que invito a los posibles interesados a su visualización en el siguiente enlace http://jmcaste.blogspot.com/2021/09/ventajas-y-desventajas-de-la.html.

Como punto de partida debo señalar que el tema planteado en ese conversatorio pudiera parecer, a simple vista, sencillo y sin mayor relevancia. No obstante, este aspecto, suprimir la competitividad y premiación en los festivales de cine, tiene una fuerte carga de profundidad, si es que se quiere abordar, evidentemente, desde una perspectiva seria y rigurosa y no quedarse única y exclusivamente en la superficie estética, decorativa, de pose o simplemente de forma. Es decir, acometer esa cuestión implica un replanteamiento general, que nos debe llevar a una profunda reflexión sobre el anclaje de la industria cinematográfica en el modelo económico, social e ideológico imperante.

En ese sentido hay que destacar que esta temática no dispone de un recorrido discursivo histórico, si excluimos la propuesta realizada en 2019 por el guionista y director de cine, Felipe Aljure, tras asumir la Dirección artística del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, y plantear la necesidad de un cambio de actuación, bajo el lema “Por un cine no hegemónico”, con la eliminación de la competitividad y los premios en los festivales con la finalidad de abrir un proceso reflexivo sobre el concepto “competencia”. Esa iniciativa provocó un pequeño conato incendiario que fue sofocado rápidamente con argumentos conservadores y defensores del orden existente, al ser catalogada de posición ingenua, idealizada y romántica.

En ese sentido, no está de más, recalcar que si bien la competitividad está sustentada en una Ley Natural y normalizada en una Ley Social, que es el resultado de una construcción cultural que está presente en todos los ámbitos de la sociedad: en el deporte, en la educación, en la ciencia, en el mundo laboral, político, etc. Pero ello no justifica que tengamos que conservar y defender esa tradición. Desde mi visión, y en consonancia plena con Aljure, creo que se debe afrontar una clarificación conceptual, redefiniendo qué entendemos por competitividad y por cine independiente.

Sin duda, un análisis complejo que nos debería llevar a replantear el statu quo del modelo social y económico para generar un cambio total, donde se incorpore nuevos valores, nuevas formas de relación social y de mentalidad. Un cambio que requiere necesariamente introducir una concepción humanizadora, solidaria e igualitaria, desde el punto de vista de las opciones y oportunidades, a través de una nueva “cultura de la competitividad”, radicalmente opuesta a la “competitividad cultural” actual y, por tanto, frente a los grandes oligopolios (Warner Bros, Paramount, Fox, Universal, Columbia Pictures y United Artists, etc.). En esa misma dirección coincido plenamente con Oscar Ruiz Navia, quien señala que “hacer de la cultura una competencia no es celebrar el símbolo como construcción colectiva. En lo cultural se celebra la diversidad y la riqueza simbólica, narrativa y estética. No quién es mejor o peor, sino cómo significa cada película en un contexto en la cultura”.

Está claro que en esta sociedad todas las manifestaciones, incluida la cultura y el arte, se han convertido en productos o mercancías de una industria cultural, en un bien capitalista, fomentado, además, por las propias instituciones internacionales y nacionales (Fondo de Desarrollo Cinematográfico, Ministerios de Cultura de los diferentes países o concejalías de cultura o turismo), que establecen entre sus políticas acciones de estímulo al cine, como cualquier otra mercancía y no solo desde un plano comercial y económico sino también como una estrategia en construir cosmovisiones e ideales que fortalezcan la estabilidad del sistema. Así, un ejemplo, entre otros muchos, es el interés de la Unión Europea en crear un amplio público para las producciones cinematográficas en la vieja Europa, con la idea de impulsar, según ellos dicen, la diversidad cultural y la competitividad. ¿Pero a qué diversidad cultural se refieren? Y ¿Cuál es el enfoque y la acepción de esa competitividad?.

Cada vez resulta más aplastante el predominio mercantilista, que lo invade absolutamente todo, incluida la cultura y el cine. De modo que los festivales se han convertido en un mero mecanismo para internacionalizar sus productos cinematográficos, con el propósito de posicionarlo como un cine-global. Por tanto, podemos decir que ese es otro elemento que interviene en ese proceso de globalización, amparado en una actividad comercial que modela no sólo consumidores sino reproductores sociales, sin consciencia crítica, ni social.

Junto a estos elementos señalados se debe ponderar otros componentes en la reflexión: la relación centro-periferia en el mundo del cine; los premios como un aliciente para escalar hacia otros festivales de primer nivel o categoría superior; la competencia como principal naturaleza de los festivales; la subjetividad de los jurados; las propias normativas de los certámenes; el impacto de la revolución tecnológica en el cine y la diversificación del mundo audiovisual; la afectación pandémica y los nuevos hábitos de consumo; la concentración de las grandes plataformas en pocas manos; los festivales como meros espacios de promoción turística; el papel del cine en la educación y en la construcción social, etc.

En síntesis, un asunto de extremada complejidad pero esencial, que nos debería llevar a replantear el statu quo del modelo social, ideológico y económico dominante para generar un cambio real del sistema, porque de lo contrario todo seguirá girando sobre su misma órbita, decorada, eso sí, con propuestas alternativas periféricas sin mayor transcendencia en la transformación social, cultural y cinematográfica. Por tanto, el cine independiente debería transitar por el sendero de su emancipación y abandonar esas prácticas replicadoras en las formas y en el fondo del cine globalizador.

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