miércoles, 25 de marzo de 2020

México, el coronavirus y el presidente abrazador

COMENTARIO


Andrés Manuel López Obrador merece ser criticado por su actuación y declaraciones ante la pandemia, pero los mexicanos tendrán que mantenerse unidos para superar este desafío sanitario.
Por Ioan Grillo
El autor es columnista de opinión.
24 de marzo de 2020
CIUDAD DE MÉXICO — El 4 de marzo, unos días después de que se descubriera el primer caso de coronavirus en esta ciudad, al presidente Andrés Manuel López Obrador se le preguntó por el virus en su conferencia de prensa diaria. “Miren, lo del coronavirus, eso de que no se puede uno abrazar”, dijo el presidente. “Hay que abrazarse. No pasa nada”. Cruzó los brazos frente al pecho y se abrazó, en un gesto característico que usa a manera de abrazo al pueblo mexicano.
Mientras el brote del virus se declaraba una pandemia y las naciones anunciaban cuarentenas obligatorias, cancelaban los vuelos y cerraban las fronteras, los críticos usaron el comentario de López Obrador como evidencia de que el presidente de 66 años y cabello plateado estaba manejado la crisis de manera errónea. Los videos de ese momento se han compartido cientos de miles de veces en las redes sociales. Pero López Obrador no se desdijo y, el 14 de marzo, en una aparente réplica, publicó un video en el que aparece repartiendo abrazos y besos a sus seguidores en un gran mitin en el empobrecido estado de Guerrero.
México está por debajo de Europa y Estados Unidos en sus índices de infección por coronavirus, pero el número de casos está aumentando de manera firme. El gobierno no ha tomado medidas drásticas ni en cuanto a los viajes ni en cuanto al trabajo, con el argumento de los enormes retos económicos ante el hundimiento del peso y las restricciones de la Casa Blanca a los cruces en la frontera con México. López Obrador continúa haciendo comentarios frívolos sobre el virus. En una conferencia de prensa, sacó unos amuletos que dice que lo protegen y continúa asistiendo a mítines.
Por otro lado, México ha estado rastreando los casos importados y poniendo a esas personas en cuarentena, ha estado preparando los hospitales y ha reforzado las medidas preventivas en días recientes, con el cierre de escuelas y la exhortación para que la gente se quede en casa. El 20 de marzo, el gobierno también inició una campaña de distanciamiento social, con el mensaje de que no hay que saludarse con besos y abrazos, y la apoyó con comerciales en los que se mostraba a una superheroína, Susana Distancia, un juego de palabras que hacen referencia a mantener una “distancia sana” entre las personas.
Muchos padres dejaron de llevar a sus hijos a la escuela antes de las vacaciones, algunas empresas instaron a sus empleados a trabajar desde casa y algunos gobiernos locales han tomado medidas más estrictas. La jefa de gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, ha sido una de las más drásticas, ya que cerró cines, teatros, museos, gimnasios y bares.
El abrazo es el símbolo perfecto del populismo tropical de López Obrador; lo retrata como un hombre cálido del pueblo en contraste con los fríos tecnócratas de la que llama “la mafia del poder”. Su lema para tratar de poner fin a la guerra contra las drogas en el país es “abrazos, no balazos”.
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Dar un abrazo también es lo peor que puede uno hacer durante una pandemia de esta naturaleza. Es lo opuesto del distanciamiento social, una forma de propagar la infección sin ser consciente de ello. Ciertamente, no es lo que un presidente debería estar promoviendo aquí ni en cualquier otro lugar donde las infecciones estén al alza.
La idea más extensa de aceptación, de solidaridad social, es necesaria para superar este inmenso desafío. Tenemos que mantenernos unidos metafóricamente, no físicamente, para minimizar las infecciones y el colapso económico que podría dañarnos a todos. Como escribe el editor de un periódico italiano: los países necesitan prestar atención a las lecciones aprendidas allí acerca de abandonar elementos del individualismo al que estamos acostumbrados y trabajar hombro con hombro frente al horror.
Aunque tal vez la propagación del coronavirus apenas está comenzando en México, la posibilidad de devastación es inmensa. Hay muchos médicos grandiosos aquí, pero el sistema de salud tiene grandes deficiencias. Un cierre total sería particularmente difícil debido a que, para muchas personas, si no trabajan, no comen. Los cárteles del narcotráfico están fuera de control en algunas partes del país, lo que implica un desafío directo a las fuerzas de seguridad. Si el coronavirus se propagara a niveles rampantes, el impacto social sería devastador.
Sin embargo, México tiene puntos a su favor en la lucha contra el coronavirus. Las redes familiares son fuertes, lo cual facilita el cierre de escuelas. Durante los desastres naturales recientes, he sido testigo de la enorme solidaridad social. Después del terremoto de 2017 en Ciudad de México, los vecinos se congregaron para retirar los escombros y dar comida y provisiones a los que se quedaron sin hogar. Cuando la ciudad de Villahermosa quedo sumergida bajo el agua en 2007, la gente se unió para rescatar a las víctimas. Si los casos de infecciones por coronavirus se disparan, como es probable, esta solidaridad podría traducirse en ayuda para distribuir alimentos y apoyo a las familias afectadas.
No obstante, un incremento rápido en las infecciones también requeriría acciones extraordinarias por parte del gobierno. Las naciones que están combatiendo la crisis han adoptado medidas como no solicitar pagos de renta ni por servicios públicos y el despliegue de soldados para vigilar los toques de queda. México necesita considerar una distribución de alimentos y cómo compensar la pérdida de ingresos en los próximos meses, además de enfrentar la realidad de la cuarentena.
Resulta desafortunado que el coronavirus haya atacado durante una era de populismo. En el continente americano, los presidentes López Obrador, Donald Trump y Jair Bolsonaro, el mandatario de Brasil, han minimizado el peligro del virus y culpado a enemigos por su existencia. Sin embargo, ningún gobierno ha mostrado una gran actuación ante la crisis y los países sin presidentes populistas, como Francia y Alemania, también han visto un aumento descontrolado de infecciones. Estos son los líderes con los que tenemos que trabajar para enfrentar este virus, nos guste o no.
López Obrador afirma que su presidencia es una época histórica en México, a la que llama la “Cuarta Transformación”, después de la Independencia del país de España, la Reforma liberal y la Revolución. De hecho, parece estar gobernando en un momento histórico, pero de un inmenso desafío para la salud pública y la sociedad, quizás el más grande en un siglo.
Sin duda, el presidente tiene fortalezas de liderazgo que lo llevaron a ocupar ese cargo. Ahora necesita usar ese liderazgo para atender la crisis. Repite que ama a su pueblo y quiere abrazarlo, pero ese abrazo necesita ser uno que haga todo lo posible para reducir al máximo el daño de la pandemia. Se encuentra ante una prueba más grande que los retos que enfrentaron los presidentes mexicanos más recientes y el fracaso podría tener consecuencias mucho más dolorosas para todos en este país.
Ioan Grillo (@ioangrillo), columnista de opinión de The New York Times, es autor de El Narco: En el corazón de la insurgencia criminal mexicana y, más recientemente, de Caudillos del crimen: De la Guerra Fría a las Narcoguerras.

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