domingo, 18 de noviembre de 2018

La caída de dos muros

Mario Jaramillo Paredes
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El 9 de noviembre de 1989- van a ser ya treinta años- cayó el Muro de Berlín. En estos días mucha gente ha recordado las imágenes de jóvenes derrumbando a martillazos lo que les separaba de su libertad. Lo que muchos ya no recuerdan es que cayó como consecuencia de la caída de otro muro impenetrable :la cortina de hierro, que impedía conocer en occidente lo que estaba pasando en la Unión Soviética.
Un año después, Mijail Gorvachov dio paso a la disolución de la Unión Soviética, con lo cual se separaron las naciones que la formaban. La economía cerrada y vertical del mundo socialista no daba más y el camino era abrirse al mundo o morir.
Antes de la construcción del muro de Berlín en 1961, se había construido otro muro quizá más hermético y difícil de ser traspasado. No se llamaba muro, pero era similar. Era la famosa Cortina de Hierro, términos con los que desde occidente se llamó a la feroz censura que se había impuesto en Rusia a la información y que no permitía conocer lo que ocurría.
Formada la cortina de hierro sobre el principio de que no deben existir medios de comunicación privados y que la comunicación debe estar íntegramente controlada y en manos del Estado, no existía hacia fuera otra verdad que no sea la verdad del gobierno soviético que obviamente pintaba como un mundo paradisiaco al que había surgido después de la revolución bolchevique.
Varias generaciones de jóvenes estudiantes se formaron-nos formamos- en buena parte del mundo occidental, convencidos de que ese paraíso era una realidad y que -por fin- se había alcanzado la igualdad. Una propaganda hábil y la ausencia de una prensa libre dentro del mundo comunista, convenció y apasionó a numerosas generaciones que cantaban música del coro de la Armada Roja.
A partir de los años setenta y ochenta, la información rígidamente controlada- como en todo totalitarismo de izquierda o de derecha- empezó a filtrarse fuera de la cortina de hierro. La literatura fue quizá la primera en dar la voz de alerta, con obras como Archipiélago Gulag, que describía el infierno de la represión estatal y los campos de concentración similares rusos.
Poco a poco, la mentira del paraíso comunista empezó a caer ante las evidencias que empezaban a conocerse. Los crímenes del stalinismo eran imposibles de ocultarse, aun cuando algunos trataban de defenderlos. La explicación de los más rancios camaradas fue-como siempre que ha fracasado el modelo marxista- que el sistema ruso se había apartado de sus orígenes y que lo que hizo la Unión Soviética no era socialismo. Igual que ahora, cuando se van develando las pillerías del socialismo del siglo XXI.
Las imágenes de jóvenes alemanes destruyendo el muro de Berlín permanecerán en la memoria de la humanidad como símbolo de la lucha contra los dogmatismos y la intolerancia. Lo que la gente ya casi no recuerda es que el muro de Berlín cayó cuando se rompió la cortina de hierro que había mantenido oculta la verdad de lo que sucedía dentro de la Unión Soviética. Por eso, los totalitarismos jamás aceptan una prensa libre. (O)

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