domingo, 18 de noviembre de 2018

El valor de lo esencial

Alberto Ordóñez Ortiz
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Lo que vale por su espíritu, nunca está a la venta. Está más allá de lo que se puede adquirir con dinero. Si vale es por la [substancia] espiritual con que está hecho; obtenida, sin duda posible, en el mortero en que se tuvo que moler su luz para que estalle, subyugue y esplenda. Impalpable para esa mayoría que se mantiene ocupada a exclusividad en contar las ganancias del día. En lo que concierne a lo que queda más allá de esas coordenadas, esto es lo cuantificable o lo que tiene un costo económico, es porque carece de alma o tiene un valor puramente material. De allí. De ese contrapunto es de donde surgen preguntas como estas: ¿Cómo mensurar el valor del crepúsculo cuando pelea por quedarse con las últimas fogatas? ¿Cuánto vale el beso aquel que nos incendió como a bonzos?
El budismo habla del “prana” universal como la sustancia primaria de todo lo existente. Los griegos sostenían que el átomo era indivisible. Y, que constituía la base del Todo. A propósito del tema, la Física Cuántica contemporánea sostiene que hay un micro universo infinito en el que, por cierto, apenas ha logrado dar sus primeros pinitos, sin que haya pasado del vano de sus innumerables, sucesivas y mistéricas puertas. Pero que está allí. Dominador. Avasallante en el incesante parpadeo de los protones, electrones, neutrones, y en el largo y aún indescifrable etcétera de elementos que aparecen y desaparecen fantasmagóricamente. Inaprensibles para la ciencia actual. ¿Cuánto debería costar un neutrón en el instante de su mística evanescencia? Y, digo mística, porque sus resplandores son irrevocable oración escrita en el fuego universal que lleva el sello del Gran Arquitecto que ordenó el Todo. Dividirlo como a una túnica nos ha convertido en pordioseros. Entendamos, como lo entendí en un instante de desgarradora lucidez que El Universo no es divisible. ¿Cómo dividir el infinito?
Las fórmulas que pretenden dar con el eran de la totalidad, avanzan a zonas brumosas, cada vez más inaccesibles o, que están en caída vertical hacia profundidades sin término ni final visible. Lo que sí se sabe es que hay una materia prima a toda escala. Y que es su vibración la que determina que el diamante sea diamante y el carbón, carbón. Pero todos los elementos en conjunto son los que dan forma y contenido a la tela de que está hecho el Universo. La diferencia entre uno y otro componente, surge de la infinita escala de vibraciones. Su diferencia y valor material puede ser circunstancial. Imaginemos por un momento una ciudad en que todo es de oro, salvo el tarro de lata del mendigo. Todos querrían poseerlo. Porque el oro sería la materia común y la [vulgar] lata, la excepcional.
Los alquimistas no pretendían cambiar el plomo en oro. Esa pretensión no pasaba de ser sino puerilidad que no encajaba con su ideario espiritual, lo que si pretendían con el “disuelve y coagula”, ese paciente ejercicio que duraba toda su vida, era alcanzar “el estado e gracia” que da la iluminación. Y, con ella, cruzar el largo puente que separa a los que están dormidos de los que han logrado despertarse. ¿Cuánto costará una lágrima? (O)

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