Que la madre del presidente y asambleísta nacional, les diga a las mujeres que “crean en sí mismas”, que “no abandonen sus metas” y que “sigan adelante cuando se sientan débiles”, puede sonar inspirador, pero resulta profundamente problemático cuando se lo dice desde el poder y el privilegio. Ese tipo de mensajes trasladan a la esfera individual problemas que son estructurales, sostenidos por decisiones políticas concretas.
Mientras se repite un discurso de superación personal, el Estado (del que ella forma parte) degradó el Ministerio de la Mujer, lo absorbió dentro del Ministerio de Gobierno y cerró el año con cifras alarmantes de femicidios. Hablar de “fuerza interior” en ese contexto no empodera: oculta la responsabilidad estatal, invisibiliza la violencia y normaliza la ausencia de políticas públicas efectivas, responsabilidad directa del gobierno que lidera su propio hijo, y que con este tipo de discursos ella termina justificando y encubriendo.
Las mujeres no están fallando por no creer lo suficiente en sí mismas. Están siendo falladas por un Estado que se retira, que debilita la institucionalidad y que reemplaza derechos por gestos asistenciales. Las fundaciones pueden acompañar, pero no sustituyen al Estado, ni garantizan prevención, atención ni justicia.
Decirle a una mujer que sobrevive a la violencia que “siga adelante” sin ofrecerle protección real, recursos y respaldo institucional no es inspiración: es abandono político.
Los discursos bonitos no bastan. Las vidas necesitan políticas públicas.
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