La vía Cuenca-Pasaje: más que un camino de cabras
POR JOSÉ MANUEL CASTELLANO
Las brillantes iniciativas surgidas desde el sector público, en permanente vanguardia con
innovadoras propuestas, a pesar de que el listón en este siglo XXI está por las nubes, no nos
deja de sorprender diariamente. Los servidores del pueblo se desviven en su empeño por
ofrecer la mejor calidad y servicio a sus conciudadanos. Ya uno empieza a sentirse muy
cansado y molesto de tantas mentes traslúcidas protestonas, injustas e incapaces de entender
y valorar socialmente los sacrificados esfuerzos desplegados por estos prohombres de la
patria, que solo buscan el desarrollo y el crecimiento del país. Sin duda, el infierno en las
próximas décadas estará lleno de malagradecidos.
De modo que, este articulillo intenta desvelar uno de esos loables planes que tiene como
destinatario el “bien común” y que hasta el momento por cautelosa estrategia de nuestros
dirigentes se ha mantenido oculto, un material clasificado de muy reservado, para evitar que
otros países de la Región o del “mundo mundial” se adelanten y patenten esta nueva actividad
que tiene como foco inicial y principal a la provincia del Azuay.
La primicia que ofrecemos no ha trascendido todavía a la opinión pública, al menos no
tenemos conocimiento alguno -cualidad, que nunca hemos tenido-, debido a un sigiloso
compromiso adoptado por unanimidad entre diversas instituciones de carácter nacional,
provincial y local -con sus equipos de gobierno y grupos de la oposición-, junto a gremios
empresariales, sindicatos de choferes, medios de comunicación y colectivos sociales, entre
otros.
Este revolucionario programa piloto, ya en plena fase de ejecución, pretende alcanzar una
reactivación económica vinculada a una novedosa modalidad turística, tanto endógena como
foránea, mediante una atractiva oferta de aventura de experiencia extrema sin par, donde los
niveles de adrenalina alcanzan índices hasta ahora insospechados para la ciencia, según un
reciente “paper” publicado en una revista de alto impacto científico.
La propuesta en cuestión, sin asignación presupuestaria, es bien sencilla y consiste en realizar
un recorrido en automóvil bajo su propia conducción (aunque en bus debe ser todavía más
apasionante) por la vía Cuenca-Pasaje o viceversa con dos opciones: diurna o nocturna. Esta
última tiene un hándicap mayor y, por tanto, un coste superior para el usuario. Sin duda, usted
podrá vivir en vivo y en directo un conjunto de emociones únicas y excepcionales, además, de
comprobar in situ que las dificultades de los rallyes de Dakar o Kenia, considerados como los
más peligrosos del planeta, son simples juegos de niños.
Usted durante tres horas, si es que logra superar la prueba y llega a su destino sano y salvo,
disfrutará y experimentará sensaciones nunca antes vivida, aunque cabe la posibilidad de que
ese viaje sea su última exhalación, su última agonía terrenal, pero no será un sacrificio en vano
porque tiene el gran aliciente de haber superado con creces la vetusta propuesta virtual del
Metaverso. En su camino encontrará un sinfín de socavones, algunos del tamaño de un cono
volcánico, sufrirá adelantamientos temerarios a caravanas o en curvas cerradas por pilotos
suicidas amigos de Lucifer, se topará de pronto con buses y camiones endiablados venidos del
espacio sideral, que superan ampliamente la velocidad de la luz y que deslumbran hasta los
más invidentes.
En cambio, si usted no es amigo de emociones fuertes, entonces le recomendamos algo más
sosegado: un paseo en carro por la ciudad de Cuenca. Una actividad más fácil de sobrellevar en
una verdadera selva asfáltica, donde los peatones no tienen derechos y son víctimas
propiciatorias; donde es muy común saltarse los semáforos en rojo; donde los cambios de
carriles se hacen al antojo con sublime anarquía; donde los adelantamientos se realizan en seis
dobles dimensiones cuánticas a través de agujeros de gusanos espaciales. Tampoco pierda la
oportunidad de transitar por sus redondeles o rotondas, una elegante, plácida, armónica e
impagable sinfonía para su espíritu; ni se atreva a mantener distancia prudencial con los
abigarrados y agresivos motoristas que reparten encargos -en cualquier caso, ellos tampoco
se lo permitirían-, ni deje de saborear las suaves brisas que desprenden sus pegatinas, así
como deleitarse de sus magníficas piruetas acrobáticas; nunca eluda, por favor, el sentir del
amigable acorralamiento de bienvenida que le brinda buses y taxis, que se asomarán
gentilmente a su chasis para que pueda percibir en alta definición la instrumentalización
celestial de sus pitos, pitas y bocinas, algo realmente excitante e inolvidable, aunque
realmente no hay mejor espectáculo que las múltiples y cuidadosas actuaciones teatralizadas
que escenifican un esmerado “arte de hacer trampas”, a cargo de consumados y
experimentados conductores “sabidos”, merecedores de un “Oscar” colectivo a la mejor
interpretación por su “realismo real”.
En definitiva, nuestra querida Cuenca, Patrimonio de la Humanidad desde 1999, es hoy en día
una ciudad sitiada y aislada, que ha perdido gran parte de su protagonismo histórico dentro
del contexto nacional, con un conjunto de infraestructuras ancladas en el pasado: un
aeropuerto en miniatura y con una red viaria que pone los pelos de punta al más calvo, pero es
una ciudad que ofrece a propios y extraños una aventura singular, complementada en estos
últimos años con un toque de inseguridad alarmante, un plus extra en la supervivencia para los
amantes del alto riesgo, gracias al buen hacer y gestión de sus representativas autoridades.
Todo, absolutamente todo, es susceptible de empeorar.
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