viernes, 29 de agosto de 2025



ACERCA DEL ESTILO Y LOS LIBROS
"Si quiere ser escritor, debe hacer dos
cosas por encima de todas las demás:
leer mucho y escribir mucho".
Stephen King
No es nuestro afán ni tenemos propósito alguno adentrarnos en un análisis exhaustivo de lo que es el estilo literario, es decir el sello inconfundible de la personalidad literaria que los escritores imprimen en sus obras creativas. Sin embargo, creemos necesario referirnos a ciertos aspectos básicos en el oficio de escribir: una cuota mínima de buena expresión idiomática, de dignidad gramatical, de decencia sintáctica, es importante cuando se desea transmitir con claridad y precisión las ideas por escrito; además, quien se atreva sacar a luz un libro de su autoría tiene la obligación ineludible de conocer profundamente el tema que tratará en sus páginas, se revestirá de honestidad y verdad para expresar sus asertos, demostrará sinceridad en el porqué de su proyecto y en los posibles objetivos que persigue en la consecución de su emprendimiento.
Lamentablemente, la realidad es otra. Quienes no son escritores auténticos -mantienen una relación distante con el arte literario, un poco compasiva o simplemente desdeñosa porque lo desconocen- suponen que el problema del estilo no existe para sus trabajos o es subalterno. Sin embargo, el producto es detestable como expresión, y las ideas, por excelentes que fueren, sufren considerable deterioro y al final perecen o se vuelven insignificantes. Un mal estilo empobrece las ideas.
La actitud de quien no es literato ni escritor ante el problema del estilo no incluye temor alguno respecto de la ausencia de la belleza, la claridad, el orden, la precisión, la justeza, la originalidad, la sencillez, la complejidad, y más, que constituyen ese milagro final que es el estilo. Quien escribe, sin ser escritor, casi nunca se plantea ninguna duda sobre la posible miseria o la posible inseguridad de sus palabras, porque está convencido que ese cúmulo de dudas son exclusivas de la incertidumbre de los literatos. No estamos proponiendo que quien no sepa escribir no escriba. Muy pocos se resignan a ser radicalmente lo que son y aspiran trascender a través del arte literario. El mundo está lleno de vocaciones clandestinas, de aspiraciones sumergidas, de proclividades vergonzantes. “Tout notaire a revé des sultanes”, decía Flaubert. “Todos somos notarios de una aspiración inconfesada”.
Si todo lo expresado anteriormente constituye una afrenta para la literatura, lo que viene a continuación es absolutamente reprochable. Existen quienes creen estar convencidos ser fieles investigadores pero se limitan a repetir lo publicado por otros, ya sea cierto o falso no les importa; otros, que repletos de fervorosa ansiedad, quieren rendir homenaje a preclaros e insignes personajes, ya desaparecidos, sin conocerlos a plenitud, sin haberlos leído, sin saber de sus ejecutorias, peor aún si guardan un nexo familiar con ellos; otros, más audaces, llenan las cuartillas de su libro con errores, inventos, falsedades… sólo para inflar su ego de reconocimiento en el campo literario. El eminente poeta y escritor ambateño Pablo Balarezo Moncayo manifestó: “El libro es respetable por todo concepto, y confieso mi respeto absoluto por el libro. Y precisamente por esta circunstancia expreso mi rotundo rechazo al escritor que no respeta al libro que él mismo escribe, y se atreve a llenarlo de falsía deliberada, o de errores a los que conduce la audacia de escribir sobre lo que se desconoce. Maneras innobles, las dos, de falsificar la imagen de un personaje egregio, y de ultrajarlo ante la historia”.
La literatura ha sido asediada por militares, políticos, profesores, burócratas, técnicos… en definitiva por especialistas de cualquier sector de la sabiduría humana, que han creído estar dotados de la magnificencia creadora de las letras. Ése es su destino. Por eso, así se expresaba un gran prosista colombiano: “La literatura es el gran teclado donde tocan todos los que se creen músicos. La cuestión no tiene remedio. Y no lo necesita”.
Fernando Balarezo Duque

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