sábado, 16 de agosto de 2025

 

Modelo extractivista en América Latina y el Caribe

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Por Félix S. Pilay Toala


Más de 50 años, América Latina y el Caribe han sido escenario de un fenómeno económico que ha moldeado profundamente sus estructuras productivas. El extractivismo, es un modelo, que está basado en la explotación intensiva de recursos naturales para destinarlo a la exportación. A la vez, ha sido presentado durante décadas como una vía rápida hacia el desarrollo. Sin embargo, a la luz de sus impactos negativos causados durante todos estos años, sin avizorar holgura económica se podría sostener que el modelo se vuelve altamente cuestionable.


El extractivismo, para nada es un fenómeno nuevo. Desde la época de la colonia, nuestras tierras latinoamericanas y caribeñas han sido fuente de enormes riquezas de oro, plata, cobre, diamante y otros minerales, además de maderas, petróleo, gas y productos agrícolas codiciadas por las potencias extranjeras. Lo que ha cambiado en los últimos tiempos es la escala y la tecnología de la explotación, así como la narrativa oficial que lo justifica como necesario para alcanzar el tan ansiado “desarrollo”.


No se puede negar que el extractivismo, genera algunas ventajas que seducen a los gobiernos de turno, por lo que, ha generado ingresos considerables para varios países de la región. Por ejemplo, en Ecuador, la explotación petrolera fue y ha sido durante décadas la principal fuente de divisas y al mismo tiempo fuente de riquezas para algunas familias. En Bolivia, el gas natural ha sido vital para financiar programas sociales. En Venezuela, durante el auge petrolero, el ingreso per cápita llegó a ser uno de los más altos de América Latina.


Obviamente, esta bonanza en la minería ha permitido a los gobiernos de varios países de la región, destinar parte de estos ingresos para financiar infraestructura, educación, salud y subsidios. En tiempos de altos precios internacionales, el modelo extractivista se presenta como un atajo hacia el crecimiento económico sin necesidad de una transformación estructural del aparato productivo.


Más, sin embargo, de acuerdo a la experiencia adquirida. los beneficios que trae el extractivismo suelen ser temporales y muy mal distribuidos. Uno de los principales problemas es la dependencia. Cuando una economía depende excesivamente de uno o pocos productos primarios, como el caso del litio en Bolivia, el cobre en Chile o el petróleo en Venezuela, queda expuesta a los vaivenes del mercado internacional. Cuando caen los precios, las economías que han fijado su dependencia entran en colapso financiero y económico.


Y lo que es peor, los ingresos del extractivismo suelen concentrarse en el Estado y en manos de pocas familias y de grandes empresas nacionales o extranjeras, sin que necesariamente se traduzcan en mejoras para las comunidades locales. Es común que estas comunidades queden excluidas del proceso de toma de decisiones y solo se “benefician” de las aguas contaminadas de los ríos, selvas y bosques transformados en desierto, desplazamientos forzados y del polvo que dejan los vehículos de alta gama que circulan por sus territorios.


Se estima que, en Perú, la expansión minera ha generado una serie de conflictos sociales, muchos de ellos de alta violencia. Según informe la Defensoría del Pueblo, más del 60% de los conflictos sociales en el país están vinculados a actividades extractivas. Otro caso emblemático es lo vivido en el pueblo Shuar en la Amazonía ecuatoriana, que ha resistido estoicamente la invasión de la minería a gran escala en su territorio ancestral, ellos argumentan con justa razón que el extractivismo salvaje, destruye su modo de vida y la biodiversidad.


Se sostiene que el modelo extractivista podría ubicarse en una nueva forma de colonialismo económico. Países como Haití, Guyana o Surinam, que son ricos en oro, bauxita y petróleo, han sufrido procesos de extracción sin que se generen mejoras sustantivas en su calidad de vida. En el mejor de los casos, se crean empleos temporales y precarios. En el peor, se destruyen ecosistemas irrecuperables.


Por tanto, el auge extractivista, implica un modelo insostenible y aplica la violencia para poder prevalecer, pues cada vez se las ingenia para mercantilizar la naturaleza. En América Latina y el Caribe la apropiación del modelo extractivista, se evidencian tanto en los impactos negativos que produce, como en las distintas estrategias que emplean las empresas para imponerse en los territorios y desplazar en algunos casos a sangre y fuego a las comunidades originarias.


Frente a este escenario es urgente “reducir el extractivismo”, y dirigirse hacia modelos post-extractivista que promuevan una economía diversificada, sostenible y con justicia social. Esto implica fortalecer la soberanía alimentaria, invertir en ciencia y tecnología, fomentar las economías locales y, sobre todo, reconocer los derechos de la naturaleza y fundamentalmente el derecho a la vida de los pueblos originarios.


El extractivismo y la minería legal e ilegal, en América Latina y el Caribe puede ser una bendición o condena. Ya que es fuente de ingentes ingresos económicos, pero también de conflictos, desigualdad, asesinatos y destrucción ambiental. Se necesita un debate honesto, profundo y plural sobre su modelo de desarrollo. El progreso no puede construirse sobre territorios arrasados ni sobre los derechos vulnerados de los pueblos.



Félix S. Pilay Toala

Profesor Universitario

Escritor, Analista económico y político

Doctor (PhD), Economista, Magister en Administración Pública.

Presidente, RED ICALC, (Red de Investigadores Científicos de América Latina y el Caribe).

Director de la Revista Científica “RedCiencia360”

Pilayfelix071@gmail.com

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