jueves, 14 de agosto de 2025

 Un poder desbocado

Lo que vimos en la marcha del Gobierno contra la Corte Constitucional no fue una movilización ciudadana
Por Sofía Cordero,
Lo que vimos en la marcha del Gobierno contra la Corte Constitucional no fue una movilización ciudadana; fue una procesión del miedo, ensayada y medida al milímetro. Buses llegados desde fuera de Quito, calles llenas de rostros prestados, pancartas y consignas impresas en los talleres de la propaganda oficial. Todo sostenido por mentiras bien colocadas, diseñadas para apartarnos de lo esencial y obligarnos a mirar el espectáculo.
En la primera fila, el Presidente, sus ministros, el presidente de la Asamblea y su bancada, todos de negro, como si asistieran al funeral de la democracia. Chalecos antibalas que no protegían de balas, sino de verdades incómodas. Caminaban rápido, apretados, con el gesto de quien avanza hacia una emboscada. Alrededor, un muro de seguridad no para resguardarse de la gente, sino para blindar el mensaje central: el poder puede señalarte, aislarte, acallarte. Gorras bajas, gafas oscuras, miradas que evitan el contacto: un poder que camina, pero no mira; que marcha, pero no escucha.
El amanecer de estos días huele a chuchaqui político. A confusión. A preguntas que no tendrán respuesta en Carondelet. Pedirle al Gobierno que abandone su cruzada absurda contra la Corte es tan inútil como esperar que la Asamblea deje de fabricar leyes inconstitucionales. Proponer que, si la Constitución no permite avanzar, se la reforme con legitimidad y sin atropellos, es hablarle a un muro.
Y mientras tanto, la ciudadanía, los medios, la academia… Lo de ayer no tranquiliza. Vimos multitudes marchando sin saber por qué, mantenidas en la ignorancia porque la ignorancia es combustible para el autoritarismo. Y lo peor: las críticas necesarias acaban cayendo en manos del correísmo, ese espejo deformante que todo lo usa para su beneficio.
Como si no bastara, el Gobierno levantó enormes vallas con las fotos de los jueces de la Corte Constitucional. Una advertencia silenciosa, pero brutal. Una forma de decir: “te vemos, te señalamos”. Y la pregunta inevitable queda flotando: ¿quién pagó todo esto?

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