Ojalá perdure el lavado de ropa sucia de la década robada
El lavado de ropa sucia entre José Serrano y Carlos Baca Mancheno escandalizó a muchos. Les pareció que se debe pasar a otra cosa. Que hay temas más urgentes o más importantes. Que el país no debe ser testigo de shows de esta calaña.
Sorprende ese desconcierto ciudadano ante el arreglo parcial de cuentas de dos de los más altos funcionarios del correísmo. Y esa sorpresa permite pensar que un número extraordinario de ecuatorianos no aquilatan, todavía hoy, en su real dimensión, lo que ocurrió durante la década ganada, como la llamaron los correístas. Lo que se ha visto es poco. Pero a pesar de eso, describe a la perfección ese sistema libre de ataduras institucionales y de controles, opaco, arbitrario, discrecional. En una palabra: delincuencial.
Polit, Serrano y Baca Mancheno no son casos excepcionales: son ejemplos paridos por una estructura de poder. Una estructura hermética soldada por conductas y secretos compartidos. Quizá ahora sea posible entender para muchos cómo funcionaba el correísmo y qué esperpentos generó. No solo eso: quizá ahora se haga posible comprender que sin el testimonio (siempre parcial, siempre interesado) de algunos de ellos, es imposible hurgar en las profundidades del sistema más corrupto, generalizado y mafioso que ha conocido el país. Quizá hoy se entienda la coartada empleada por Correa, por Glas, por Serrano, por Baca Mancheno, por Polit… según la cual sus más certeros denunciantes son delincuentes. Lo dijeron unos pensando en José Conceição Santos; otros a propósito de Pólit. Y es cierto: solo ellos saben a ciencia cierta de lo que hablan. Solo ellos conocen esos secretos en los cuales hay incluso cadáveres en sus armarios.
Polit, Serrano y Baca Mancheno no son casos excepcionales: son ejemplos paridos por una estructura de poder. Una estructura hermética soldada por conductas y secretos compartidos. Quizá ahora sea posible entender para muchos cómo funcionaba el correísmo y qué esperpentos generó. No solo eso: quizá ahora se haga posible comprender que sin el testimonio (siempre parcial, siempre interesado) de algunos de ellos, es imposible hurgar en las profundidades del sistema más corrupto, generalizado y mafioso que ha conocido el país. Quizá hoy se entienda la coartada empleada por Correa, por Glas, por Serrano, por Baca Mancheno, por Polit… según la cual sus más certeros denunciantes son delincuentes. Lo dijeron unos pensando en José Conceição Santos; otros a propósito de Pólit. Y es cierto: solo ellos saben a ciencia cierta de lo que hablan. Solo ellos conocen esos secretos en los cuales hay incluso cadáveres en sus armarios.
No hay que escandalizarse de que los compadres hablen y se denuncien en público: hay que desear que lo hagan más, de forma más contundente y sistemática. El lavado de ropa es la única forma que tiene la sociedad ecuatoriana para saber lo que realmente ocurrió en esos diez años y que, en algunos campos, todavía continúa. Mejor aún: es la única forma que tiene la sociedad para entender que no se encuentra frente a malas personas que hicieron parte de un gobierno. Se encuentra frente a un gobierno cuyo sistema produce tétricas prácticas y perversas personas. Correa y los suyos alimentaron ese sistema ante los ojos seducidos de millones de ciudadanos. Lo que hoy descubre Ecuador son las consecuencias naturales de un gobierno que concentró los poderes, puso a sus militantes en organismos de control, metió las manos en la Justicia, repartió la administración entre familiares, amigos y compadres, persiguió a la prensa, tetanizó a la oposición, catequizó a los ciudadanos… y pretendió atornillarse de por vida en los cargos.
El lavado de ropa no es un espectáculo malsano. Es un exorcismo social y político y debería ser, sobre todo, la mejor pedagogía democrática para los ciudadanos que confiaron, a ojo cerrado, en un salvador y un mesías. Lo que están viendo es parte de las consecuencias de su confianza ciega.
En los hechos, el asco o hastío no permite observar el proceso que se desarrolla ante el país en su integralidad. Se ha hecho, por ejemplo, muy poco hincapié en esos personajes políticos que no asistieron al pleno el viernes; una fecha clave por su trascendencia. Allí hay fichas, como Silvia Salgado, que han cubierto a todos los corruptos y, no obstante, simulan ser políticos transparentes y honestos. Su caso es patético, pero no es el único: está, por ejemplo, Jorge Yunda, un político bailarín que aspira a ser alcalde de Quito y ni siquiera, ante un caso tan elocuente como el que se jugaba el viernes, se hizo presente para definir su posición. La definió sin dar la cara.
Lo más revelador políticamente es que tampoco asistieron las tres candidatas del morenismo que suenan para reemplazar a Serrano en la Presidencia de la Asamblea: María José Carrión, Ximena Peña y Elizabeth Cabezas. Es una pésima señal, pues, aunque sea formalmente y basándose en lo que había dicho el Presidente, el viernes se jugaba un tema clave para todos los demócratas: que los impresentables (que han sido pillados) den un paso al costado. Esas tres asambleístas no produjeron ni siquiera ese gesto mínimo.
El lavado de ropa sucia hay que celebrarlo y confiar en que se dé en otras instancias y entre otros corruptos. Gracias a ellos la esencia de lo que fue el correísmo (y de lo que no se debe tolerar a ningún otro gobierno del signo ideológico que sea) sale a flote. Hiede, ese verdad: pero la verdad hay que verla de frente.
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