martes, 10 de febrero de 2015

MATÓN DE BARRIO CON EL POLICÍA, MANSA PALOMITA CON EL GENERAL



El coronel César Carrión no llegó a decir sobre el 30 de septiembre del 2010 ni la mitad de lo que escribió el general Ernesto González; pero al primero lo arrastraron a la cárcel, mientras que al segundo apenas le corrigieron la gramática. ¿Qué produjo este cambio tan drástico en la conducta de la dictadura correísta?
Emilio Palacio
EL CORONEL DE POLICÍA CÉSAR CARRIÓN PAGÓ MUY CARO HABER PUESTO EN DUDA EL SUPUESTO SECUESTRO DE RAFAEL CORREA EL 30 S, en el Hospital de la Policía en Quito.
Rafael Correa: "¡Que sepa con quién se está metiendo! ¡Soy el presidente de la República, pedazo de majadero! ¡Tú eres mi subalterno, y no puedes estar por tus intereses y odios personales tratando de hacer quedar como un mentiroso a quien es tu jefe! [...] Este señor, inmediatamente, ¡afuera del Hospital de Policía!, ¡afuera de la Policía Nacional! Y hablen con el fiscal, porque este señor es parte de la conspiración". 
No es la primera vez que los militares actúan así. Hicieron lo mismo con Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. Es el mismo proceso en tres etapas: Primero, apoyo incondicional; luego, tomar distancia; por último, dejarlo solo. El libro de González revela que hemos entrado en el segundo momento de esa difícil relación entre fuerzas armadas y gobierno. A partir de ahora, nada será lo mismo.
César Carrión pasó casi un año, injustamente, tras las rejas. Su esposa y su familia sufrieron lo indecible. El "valiente" secretario de la Presidencia, Alexis Mera, se burló en público de su hijita de 12 años, a la que acusó de derramar lágrimas "de cocodrilo".
Cuando se produjeron los incidentes del 30 S, el general Ernesto González era jefe del comando conjunto de las Fuerzas Armadas. Días atrás publicó su libro Testimonio de un Comandante. Allí asevera que nadie secuestró a Rafael Correa el 30 S, que nadie lo intentó asesinar y que no se produjo en esa ocasión ningún intento de golpe de estado.
El general González también era un "subalterno" de Correa, en un cargo de mayor responsabilidad aun. Esta vez, sin embargo, no hubo tuteos ni filípicas:
Rafael Correa: "Si él [Ernesto González] no sabe que retención forzada es igual que secuestro, eso es un mal manejo del lenguaje. Que él crea que el 30-S no hubo un golpe de Estado, ese es su problema. [...]El mayor problema del general es el mal manejo del idioma. Puede ser un gran militar pero (sonriendo) no es un buen lingüista".
Ninguna amenaza, ninguna sanción, ningún juicio contra Ernesto González.
Los militares comienzan a tomar
distancia de la dictadura
¿Qué cambió entre fines del 2010 y comienzos del 2015 para esta mágica transformación de Correa, de matón de barrio a mansa palomita?
César Carrión fue un valiente coronel de Policía, abandonado en su momento por la cúpula cobarde de su institución. González, en cambio, es un general del Ejército que por lo visto no actúa por cuenta propia sino que está representando a un sector de la institución militar.
El día del lanzamiento de su libro, una multitud de uniformados llenó las quinientas localidades del salón principal de la Asociación de Generales y Almirantes en servicio pasivo, en Quito. Otro centenar atendió el acto de pie o desde afuera. Los aplausos más sonoros estallaron cada vez que desde el podio alguien expresaba alguna queja por el trato equivocado del gobierno a la institución militar.
Correa respondió, días después (con el mismo tono cuidadoso), que ningún otro gobierno como este ha invertido tanto en armamento y en los uniformados. Por lo visto no ha entendido el mensaje de los militares. Ellos no están hablando (sólo) de cómo se debe distribuir el dinero del presupuesto, ahora que nos sumergimos, a pasos acelerados, en una crisis económica y financiera que pone en peligro la dolarización, sino de cómo se debe repartir el poder político en este nuevo escenario. Intuyen que el equilibrio de poder impuesto por la dictadura, en estos ocho años, no soportará fácilmente los profundos remezones sociales que se avecinan, y comienzan a tomar distancia en la medida en que Correa sigue construyendo una dictadura unipersonal.
No es la primera vez que actúan así. Hicieron lo mismo con Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. Es el mismo proceso en tres etapas: Primero, apoyo incondicional; luego, tomar distancia; por último, dejarlo solo. El libro de González revela que hemos entrado en el segundo momento de esa difícil relación entre fuerzas armadas y gobierno. A partir de ahora, nada será lo mismo.
Ni retenido,
ni secuestrado
RESULTA QUE RAFAEL CORREA, ADEMÁS DE ECONOMISTA, HA SIDO FILÓLOGO, al punto que ha comenzado a dar clases de español y a corregirle la gramática a los demás.
Según el general Ernesto González, a Correa el 30 S nadie lo secuestró; sólo lo "retuvieron". El dictador contestó, muy convencido, que "secuestro" y "retención" son sinónimos.
La Real Academia de la Lengua opina lo contrario. Días atrás les escribí para que emitan su criterio técnico. Esto fue lo que me contestaron:
Es decir que el secuestro supone siempre una retención, pero no toda retención supone un secuestro.
El 21 de diciembre del 2014, la prensa nacional informó que Emelec había retenido el título de campeón de fútbol. Nadie acusó a su dirigente Nassib Neme, íntimo amigo de Correa, de "secuestrador".
El 28 de diciembre del 2007, toda la prensa informó, asimismo, que elementos de la policía nacional retuvieron al alcalde Jaime Nebot y sus seguidores (con golpes incluso) para impedirles que se acerquen al recinto de la Asamblea Constituyente en Montecristi. A nadie se le ocurrió denunciar el "secuestro" del alcalde.
Muchos empleados de la Secom se quejan (en secreto) de que el primer mandatario los retiene en sus sabatinas más de lo previsto; y muchos empleados públicos se lamentan de que los retienen en las concentraciones del partido oficial incluso después de agarrar su soda y su sándwich. Pero ninguno ha presentado hasta ahora una demanda.
"Se arrodilló y no
controló las lágrimas"
Algún día el país sabrá la verdad, sin embargo: El 30 S, Correa no estuvo ni retenido ni secuestrado en el Hospital de Policía de Quito.
Entró allí por su propia voluntad. La puertas de la institución se cerraron inmediatamente después de que él ingresó. Los policías insurrectos ni siquiera intentaron pasar, se quedaron afuera. Un grupo de médicos y enfermeras asumió el control de las puertas; ellos decidían quién entraba y salía. Adentro, los únicos que portaban armas eran los guardaespaldas del presidente.
En tres ocasiones, una comisión de policías insubordinados pidió hablar con Correa: sólo pudieron hacerlo, desarmados, después de que él los autorizó. Las tres veces le propusieron lo mismo: que por favor deje de acusarlos de secuestradores y de asesinos y se retire del Hospital. Sugirieron que la Cruz Roja actúe como garante. Él se negó. Siguió provocándolos ante la prensa, azuzando los ánimos con declaraciones cada vez más incendiarias. Varios policías insurrectos consideraron la posibilidad de retirarse, pero son hombres de uniforme y creyeron que sería un acto de cobardía abandonar el lugar mientras los siguiesen vejando. Se quedaron allí, sin saber muy bien qué hacer.
Todo esto está documentado.
A eso de las 6 de la tarde, ingresó al Hospital por última vez la cúpula máxima de la Policía Nacional, presidida por el general Freddy Martínez Pico. Varias veces habían entrado a hablar con Correa. Esta vez, constataron que el Grupo de Intervención y Rescate, leal al presidente, había tomado minutos antes el control de la entrada de Emergencia, por donde esperaban que saliese el presidente. Miembros leales del Grupo de Operaciones Especiales, con fusiles y equipos de máscaras antigás, asimismo, controlaban ahora las escaleras, apostados cada tres escalones. Martínez se acercó entonces a la habitación de Correa para informarle que no había ningún peligro, y que podía retirarse con absoluta seguridad. El presidente se negó. Dijo que él esperaría a que lo saque el ejército. Martínez le volvió a explicar (se lo repitió varias veces ese día) que eso ocasionaría un baño de sangre, pero no porque esperase un enfrentamiento entre policías insurrectos y soldados leales, sino porque policías y soldados leales al presidente se dispararían entre sí, debido a sus conocidas y antiguas rivalidades. Le suplicó al primer mandatario que no cometa ese error. Le ofreció acompañarlo él mismo para garantizar su seguridad. Uno de los presentes le describió así la escena al diario gobiernista El Telégrafo: "Se arrodilló [Martínez] y no controló las lágrimas. Estaba preocupado por su gente, pero ya era tarde. Un miembro de la escolta presidencial le dijo que ya no era su decisión, que se trataba de un asunto de seguridad nacional".
Los jefes policiales, decepcionados, abandonaron el sitio. Al poco rato llegó el ejército, disparando contra los policías leales del GIR y del GOE, como Martínez había previsto.

Un poco más tarde, dispararon contra Froilán Jiménez.

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