El coronel César Carrión no llegó a decir sobre el 30 de
septiembre del 2010 ni la mitad de lo que escribió el general Ernesto González; pero al primero lo
arrastraron a la cárcel, mientras que al segundo apenas le corrigieron la
gramática. ¿Qué produjo este cambio tan drástico en la conducta de la dictadura
correísta?
Emilio Palacio
EL CORONEL DE POLICÍA CÉSAR
CARRIÓN PAGÓ MUY CARO HABER PUESTO EN DUDA EL SUPUESTO SECUESTRO DE RAFAEL
CORREA EL 30 S, en el Hospital de la Policía en Quito.
Rafael Correa: "¡Que
sepa con quién se está metiendo! ¡Soy el presidente de la República, pedazo de
majadero! ¡Tú eres mi subalterno, y no puedes estar por tus intereses y odios
personales tratando de hacer quedar como un mentiroso a quien es tu jefe! [...]
Este señor, inmediatamente, ¡afuera del Hospital de Policía!, ¡afuera de la
Policía Nacional! Y hablen con el fiscal, porque este señor es parte de la
conspiración".
No es la primera vez que los militares actúan así. Hicieron lo mismo con Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. Es el mismo proceso en tres etapas: Primero, apoyo incondicional; luego, tomar distancia; por último, dejarlo solo. El libro de González revela que hemos entrado en el segundo momento de esa difícil relación entre fuerzas armadas y gobierno. A partir de ahora, nada será lo mismo.
César Carrión pasó casi un año, injustamente, tras las rejas. Su esposa y su familia sufrieron lo indecible. El "valiente" secretario de la Presidencia, Alexis Mera, se burló en público de su hijita de 12 años, a la que acusó de derramar lágrimas "de cocodrilo".
No es la primera vez que los militares actúan así. Hicieron lo mismo con Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. Es el mismo proceso en tres etapas: Primero, apoyo incondicional; luego, tomar distancia; por último, dejarlo solo. El libro de González revela que hemos entrado en el segundo momento de esa difícil relación entre fuerzas armadas y gobierno. A partir de ahora, nada será lo mismo.
César Carrión pasó casi un año, injustamente, tras las rejas. Su esposa y su familia sufrieron lo indecible. El "valiente" secretario de la Presidencia, Alexis Mera, se burló en público de su hijita de 12 años, a la que acusó de derramar lágrimas "de cocodrilo".
Cuando se produjeron los
incidentes del 30 S, el general Ernesto González era jefe del comando conjunto
de las Fuerzas Armadas. Días atrás publicó su libro Testimonio de un
Comandante. Allí asevera que nadie secuestró a Rafael Correa el 30 S, que nadie
lo intentó asesinar y que no se produjo en esa ocasión ningún intento de golpe
de estado.
El general González también
era un "subalterno" de Correa, en un cargo de mayor responsabilidad
aun. Esta vez, sin embargo, no hubo tuteos ni filípicas:
Rafael Correa: "Si él
[Ernesto González] no sabe que retención forzada es igual que secuestro, eso es
un mal manejo del lenguaje. Que él crea que el 30-S no hubo un golpe de Estado,
ese es su problema. [...]El mayor problema del general es el mal manejo del
idioma. Puede ser un gran militar pero (sonriendo) no es un buen lingüista".
Ninguna amenaza, ninguna
sanción, ningún juicio contra Ernesto González.
Los militares comienzan a
tomar
distancia de la dictadura
distancia de la dictadura
¿Qué cambió entre fines del
2010 y comienzos del 2015 para esta mágica transformación de Correa, de matón
de barrio a mansa palomita?
César Carrión fue un
valiente coronel de Policía, abandonado en su momento por la cúpula cobarde de
su institución. González, en cambio, es un general del Ejército que por lo
visto no actúa por cuenta propia sino que está representando a un sector de la
institución militar.
El día del lanzamiento de
su libro, una multitud de uniformados llenó las quinientas localidades del
salón principal de la Asociación de Generales y Almirantes en servicio pasivo,
en Quito. Otro centenar atendió el acto de pie o desde afuera. Los aplausos más
sonoros estallaron cada vez que desde el podio alguien expresaba alguna queja
por el trato equivocado del gobierno a la institución militar.
Correa respondió, días
después (con el mismo tono cuidadoso), que ningún otro gobierno como este ha
invertido tanto en armamento y en los uniformados. Por lo visto no ha entendido
el mensaje de los militares. Ellos no están hablando (sólo) de cómo se debe
distribuir el dinero del presupuesto, ahora que nos sumergimos, a pasos
acelerados, en una crisis económica y financiera que pone en peligro la
dolarización, sino de cómo se debe repartir el poder político en este nuevo
escenario. Intuyen que el equilibrio de poder impuesto por la dictadura, en
estos ocho años, no soportará fácilmente los profundos remezones sociales que
se avecinan, y comienzan a tomar distancia en la medida en que Correa sigue
construyendo una dictadura unipersonal.
No es la primera vez que
actúan así. Hicieron lo mismo con Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio
Gutiérrez. Es el mismo proceso en tres etapas: Primero, apoyo incondicional;
luego, tomar distancia; por último, dejarlo solo. El libro de González revela
que hemos entrado en el segundo momento de esa difícil relación entre fuerzas
armadas y gobierno. A partir de ahora, nada será lo mismo.
Ni retenido,
ni secuestrado
ni secuestrado
RESULTA QUE RAFAEL CORREA,
ADEMÁS DE ECONOMISTA, HA SIDO FILÓLOGO, al punto que ha comenzado a dar clases
de español y a corregirle la gramática a los demás.
Según el general Ernesto
González, a Correa el 30 S nadie lo secuestró; sólo lo "retuvieron".
El dictador contestó, muy convencido, que "secuestro" y
"retención" son sinónimos.
La Real Academia de la
Lengua opina lo contrario. Días atrás les escribí para que emitan su criterio
técnico. Esto fue lo que me contestaron:
Es decir que el secuestro
supone siempre una retención, pero no toda retención supone un secuestro.
El 21 de diciembre del
2014, la prensa nacional informó que Emelec había retenido el título de campeón
de fútbol. Nadie acusó a su dirigente Nassib Neme, íntimo amigo de Correa, de
"secuestrador".
El 28 de diciembre del
2007, toda la prensa informó, asimismo, que elementos de la policía nacional
retuvieron al alcalde Jaime Nebot y sus seguidores (con golpes incluso) para
impedirles que se acerquen al recinto de la Asamblea Constituyente en
Montecristi. A nadie se le ocurrió denunciar el "secuestro" del
alcalde.
Muchos empleados de la
Secom se quejan (en secreto) de que el primer mandatario los retiene en sus
sabatinas más de lo previsto; y muchos empleados públicos se lamentan de que
los retienen en las concentraciones del partido oficial incluso después de
agarrar su soda y su sándwich. Pero ninguno ha presentado hasta ahora una
demanda.
"Se arrodilló y no
controló las lágrimas"
controló las lágrimas"
Algún día el país sabrá la
verdad, sin embargo: El 30 S, Correa no estuvo ni retenido ni secuestrado en el
Hospital de Policía de Quito.
Entró allí por su propia
voluntad. La puertas de la institución se cerraron inmediatamente después de
que él ingresó. Los policías insurrectos ni siquiera intentaron pasar, se
quedaron afuera. Un grupo de médicos y enfermeras asumió el control de las
puertas; ellos decidían quién entraba y salía. Adentro, los únicos que portaban
armas eran los guardaespaldas del presidente.
En tres ocasiones, una
comisión de policías insubordinados pidió hablar con Correa: sólo pudieron
hacerlo, desarmados, después de que él los autorizó. Las tres veces le
propusieron lo mismo: que por favor deje de acusarlos de secuestradores y de
asesinos y se retire del Hospital. Sugirieron que la Cruz Roja actúe como
garante. Él se negó. Siguió provocándolos ante la prensa, azuzando los ánimos
con declaraciones cada vez más incendiarias. Varios policías insurrectos
consideraron la posibilidad de retirarse, pero son hombres de uniforme y
creyeron que sería un acto de cobardía abandonar el lugar mientras los
siguiesen vejando. Se quedaron allí, sin saber muy bien qué hacer.
Todo esto está documentado.
A eso de las 6 de la tarde,
ingresó al Hospital por última vez la cúpula máxima de la Policía Nacional,
presidida por el general Freddy Martínez Pico. Varias veces habían entrado a
hablar con Correa. Esta vez, constataron que el Grupo de Intervención y Rescate,
leal al presidente, había tomado minutos antes el control de la entrada de
Emergencia, por donde esperaban que saliese el presidente. Miembros leales del
Grupo de Operaciones Especiales, con fusiles y equipos de máscaras antigás,
asimismo, controlaban ahora las escaleras, apostados cada tres escalones.
Martínez se acercó entonces a la habitación de Correa para informarle que no
había ningún peligro, y que podía retirarse con absoluta seguridad. El
presidente se negó. Dijo que él esperaría a que lo saque el ejército. Martínez
le volvió a explicar (se lo repitió varias veces ese día) que eso ocasionaría
un baño de sangre, pero no porque esperase un enfrentamiento entre policías
insurrectos y soldados leales, sino porque policías y soldados leales al presidente
se dispararían entre sí, debido a sus conocidas y antiguas rivalidades. Le
suplicó al primer mandatario que no cometa ese error. Le ofreció acompañarlo él
mismo para garantizar su seguridad. Uno de los presentes le describió así la
escena al diario gobiernista El Telégrafo: "Se arrodilló [Martínez] y no
controló las lágrimas. Estaba preocupado por su gente, pero ya era tarde. Un
miembro de la escolta presidencial le dijo que ya no era su decisión, que se
trataba de un asunto de seguridad nacional".
Los jefes policiales,
decepcionados, abandonaron el sitio. Al poco rato llegó el ejército, disparando
contra los policías leales del GIR y del GOE, como Martínez había previsto.
Un poco más tarde,
dispararon contra Froilán Jiménez.
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