Felipe Burbano
de Lara
Las sabatinas
son todo
Resulta
impresionante, sin duda, que Rafael Correa haya realizado 410 sabatinas en los
siete años que lleva en el Gobierno. Un esfuerzo de perseverancia, continuidad,
consistencia, que describe una forma inédita de manejo político de las
poblaciones. Algo así como 73 mil minutos de un monólogo cuidadosamente
elaborado, donde se teje una relación permanente entre el territorio, el
presidente, el Estado y un lenguaje político de amigos y enemigos. Activismo
estatal, personalismo político y marcos ideológicos se desplazan por cantones y
ciudades para afianzar un dominio político desde el territorio. Si la
revolución ciudadana es fuerte; si Correa es aclamado en pueblos y ciudades; si
la patria ha recuperado presencia nacional, todo eso se debe a las sabatinas,
de largo el mejor invento de los estrategas gubernamentales.
Cada sabatina empieza con una
exaltación de la localidad, de sus paisajes, su cultura, su gastronomía, su
música, a veces incluso de sus personajes, pero en el marco de la patria que se
construye y se simboliza en Correa. A través de estos peregrinajes presidenciales,
con el Estado y los ministros a cuestas, los cantones son sacados de su
aislamiento e inscritos en la lógica del centro. Cada visita presidencial debe
ser una fiesta popular: un momento en donde cantones y poblados se sienten
unidos, en la imagen del presidente, a la patria como la comunidad política que
acoge a todos.
Las sabatinas han modificado la
lógica del poder territorial: el centro va a las periferias, se aproxima a
ellas para integrarlas y atenderlas. Correa se moviliza con una parafernalia
gigantesca: tarimas, pantallas gigantes, parlantes, computadoras, tecnología,
guardaespaldas, seguridades, helicópteros. Pero también llega con el gabinete,
con los ministros en pleno, con la nobleza estatal –en la expresión de
Bourdieu– para escuchar a las poblaciones, atender necesidades, inscribirlas a
la lógica del activismo estatal que es, a la vez, la lógica política de Alianza
PAIS. En esos peregrinajes del centro todopoderoso y próspero a las periferias
se construye una nueva relación jerárquica en el territorio: subordinación y
agradecimiento al centro, al señor presidente, a la patria que ha regresado con
él para oír a los olvidados. El centro deja de ser un punto fijo para volverse
móvil, itinerante, personalizado, para construirse simbólicamente como un
referente nacional.
Y por último, sirven las sabatinas
para identificar a enemigos y aliados, para pifiar, insultar, descalificar,
amenazar y advertir; pero también para aplaudir, agradecer a sus colaboradores,
recriminarlos si es necesario, y mantener viva la esperanza, lo único que según
Correa nunca podrán robarles los sufridores de siempre; para cantar y hacer un
poco de humor forzado; para cerrar con un resumen del monólogo en quichua.
Las sabatinas son todo; sin ellas la
revolución ciudadanía sería un gobierno común y corriente, administrado
burocráticamente desde un centro y su habitual distancia y frialdad frente a
las necesidades de sus múltiples poblaciones. Haber entendido la dimensión
territorial y simbólica de la política les ha dado una gran fortaleza, que
ayuda a esconder sus peores, más dramáticas y feas costuras. (O)
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