jueves, 19 de junio de 2025
Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Zanahoria y garrote para los adolescentes
Los límites de las propuestas oficialistas nos remiten al mismo punto de partida: las causas del problema siguen intactas.
La paz como un simple acto de voluntad política no funciona. Lo está demostrando el proceso iniciado por el presidente Gustavo Petro en Colombia. Que él, un exguerrillero del M-19, haya optado con fe de carbonero por esa posibilidad constituye una decisión generosa, coherente y esperanzadora. Pero al mismo tiempo inútil. La violencia en ese país persiste e incluso se ahonda en ciertas regiones.
La principal explicación para el fracaso de la política de paz de Petro radica en la continuidad de los mismos problemas que generan una conflictividad extrema y radical. El negocio del tráfico de drogas y de oro mantiene su apogeo, sobre todo porque la demanda mundial no cesa de expandirse. Y las viejas oligarquías colombianas no están dispuestas a ceder un milímetro en sus prebendas históricas. Para muestra un botón: en el siglo XXI ni siquiera se ha logrado aplicar una reforma agraria que democratice el acceso a la tierra.
Al Gobierno ecuatoriano parece no preocuparle la trágica experiencia del país vecino. Al contrario, le apuesta a una estrategia que, con obvias particularidades, reproduce los mismos errores. Un año y medio de incremento sostenido de la violencia criminal y la inseguridad no generan un mínimo análisis sobre las causas reales de este fenómeno.
No solo eso. Ahora, el Gobierno de Daniel Noboa propone unas iniciativas que, además de contradictorias, carecen de articulación. Por un lado, crea un comité para prevenir y erradicar el reclutamiento de niños y adolescentes por parte del crimen organizado; simultáneamente, una asambleísta del oficialismo presenta en la Asamblea Nacional un proyecto de ley para endurecer las penas en contra de los adolescentes infractores. Para ciertos delitos, se los quiere juzgar como adultos. Zanahoria y garrote.
Los límites de estas propuestas nos remiten al mismo punto de partida: las causas del problema siguen intactas. Los adolescentes que voluntariamente se incorporan o son reclutados por las bandas criminales prefieren la fugacidad del despilfarro, o el espejismo de un lujo menesteroso, antes que la perpetuidad de la carencia. El narcotráfico sigue representando la economía de la oportunidad inmediata y del dinero fácil. ¿Por qué renunciar a esa tentación?
¿Tiene el Gobierno información precisa sobre cuántos niños, niñas y adolescentes del país son absolutamente vulnerables a la influencia de los grupos criminales? Y no vulnerables únicamente por la pobreza y la marginalidad, sino por la seducción de un sistema que hace del consumo y el hedonismo sus nuevos santuarios. ¿Han revisado las autoridades la cantidad de casos de narcotráfico donde los involucrados provienen de sectores medio sin mayores urgencias económicas? Ni siquiera la religión ha conseguido refrenar la codicia humana.
Junio 18, 2025