Por Rodrigo Pesántez Rodas
No hay mejor juez que el tiempo para pulsar las categorías del pensamiento dentro de las codificaciones literarias; más aún, en tratándose de la poesía, donde la percepción mágica de la palabra esplende en la transubstanciación del significado al significante y no en los cordeles viscerales del léxico que adornan la hojarasca.
Este preámbulo no conlleva otro objetivo que el de asumir el mandato del tiempo transponiendo los no gratos silencios en los que ha permanecido una de las mujeres más valiosas que ha dado Cuenca no sólo a su literatura, sino al proceso cultural de la Patria. Nos referimos a doña María Ramona Cordero y León, (Cuenca, 1894-1976).
Honrosa y digna excepción merece el extraordinario estudio de su vida y obra realizado por la académica, investigadora, catedrática universitaria y comprovinciana suya, Licenciada Raquel Rodas Morales (Paute, 1940) que, con su libro, Mary Corylé, Poeta del Amor, (Estremecimiento del Cuerpo y la Palabra), publicó en el 2012, el Ministerio de Cultura del Ecuador, ha logrado reivindicar de singular manera la prosapia intelectual de la musa cuencana dentro de los espacios socio-políticos y culturales de su tiempo; así como transparentar esas hondas sensibilidades que hicieron del amor armoniosas fontanas donde ocultos moraban, algún inquieto jilguero o quizás o un mirlo trovador.
María Ramona Cordero y León nace entre dos siglos: en el ocaso del XIX y el advenimiento del XX, de tal suerte que sus percepciones se enmarcan dentro de esta fusión tempo-espacial. No olvidemos que los poetas son hijos de su tiempo, lo son por virtud de la tierra que los sustenta y del firmamento que los corona.
Consciente de sus ancestros culturales se siente protegida y heredera de esa estirpe donde la poesía fue pródiga en muchas generaciones y variados tiempos. “Nací –nos dice- en este siglo y he vivido plenamente en él. Mis Abuelos Pastores –primitivos Orfeos-, condujeron sus rebaños al son de la lira, que la pulsaron siempre para el endiosamiento de su Casta” (Autorretrato, 1933).
Posiblemente a partir de la década de los años 30 y cuando inicia la publicación de sus primeros versos en revistas locales, resuelve adoptar el seudónimo de Mary Corylé con el que se ha consagrado en la literatura nacional. Este cambio puede y a lo mejor debe haberse dado por dos razones, la primera, por la necesidad de protegerse de una sociedad patriarcal, prejuiciosa, como lo hicieron algunas mujeres escritoras de su tiempo; y, la segunda, la que nos convence, por el humor irónico y hasta poético que ella misma nos manifiesta no le era de su agrado en razón de que “había demasiada carga zoológica en su conjunción nominal, y que si se hubiera hecho monja el desastre sería completo porque entonces habría sido: zorra-mona-cordero y león”
Nuestra relación con Mary Corylé se opera a partir de los años 59-60, cuando por iniciativa de nuestra profesora de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guayaquil, doña Aurora Estrada, voz y voto de alta poesía y labor social, nos invitara a investigar sobre el camino que ha tenido la poesía hecha por mujeres a través del tiempo en el Ecuador. Ya para entonces habíamos leído algunas estrofas de la poeta cuencana, así como de nuestra comprovinciana Nela Martínez Espinosa, a quien ya Benjamín Carrión la había registrado en las páginas de su Indice de la Poesía Ecuatoriana Contemporánea, Edit. Ercilla, Chile, 1934, lo mismo que Augusto Arias y Antonio Montalvo en Antología de Poetas Ecuatorianos, ediciones del Grupo América, Quito, 1944. Entonces -pensamos-, por qué no aunar primero a las liridas de mis dos provincias: Cañar y Azuay, cuya cosmovisión genésica nos han enzarzado desde los lejanos tiempos prehispánicos, con atuendos de rebeldes epopeyas libertarias en la sangre y fulgores de espigas en el pensamiento; y, aún más, con un sobre todo de afectos para la capital morlaca, cuna de mi padre, Ciudad de los Cuatro Ríos cuyos murmullos nunca han dejado de vibrar en las vertientes de mi sangre.
Con el entusiasmo a cuestas nuestra primera acción fue ubicar la casa y entrevistar a la ya admirada poeta del apasionado Bésame. Cuando le hablé de nuestro proyecto de investigación no tardó en colmarnos de optimismos y colaboración, sugiriéndonos dar un paso hacia adelante en tomar en lugar de la investigación regional, el reguero nacional. Así lo hicimos, por cerca de un año nuestros pies recorrieron casi todas las latitudes de la Patria pues, queríamos disponer de información y textos de primera mano; dialogar y conocerlas de frente en su fisonomía espiritual, anímica; en sus sueños, desvelos y avatares. En 1960 esas aventuras investigativas se dieron en un libro que publicó la Universidad de Guayaquil, Presencia de la Mujer Ecuatoriana en la Poesía. En sus 317 páginas, 66 voces de mujeres de 14 provincias salieron al panorama nacional con sus líricas estrofas. Hoy, y desde el mirador ya tan lejano de esos días hay dos aspectos que quisiéramos dejar en claro: Primero, el libro debía de llamarse Presencia de la Mujer Ecuatoriana en el Verso (no en la Poesía), mi mea culpa se debió a la falta de preparación en cuanto a utilizar los específicos fundamentos críticos que enjambran los análisis y que no son recomendables compañeros-guías de la fogosa juventud. Y, por supuesto que la temática o las estructuras no fueron las causales para que sus hondas sensibilidades no hayan traspasado los límites de lo preceptivesco hacia lo poético, sino porque sus lenguajes no llegaron a codificarse en los aleros semánticos donde el signo lingüístico vulnera al significado y el instinto creador multiplica sus significaciones. Pero hay y desde luego, excepciones, la presencia de Aurora Estrada, Mary Corylé y unas cuantas más, salvan la intención. Y hay algo más para revindicar en esos espacios investigativos: los tiempos y espacios en los que ellas vivieron, soñaron y lucharon: los prejuicios sociales, éticos y morales; las limitaciones en las funciones políticas y hasta el derecho a la vida que les fueron negados y vulnerados (Nos conmovió el relato, conjugado entre lágrimas que nos hizo la bolivarense doña Elisa Mariño de Carvajal, en relación al despiadado crimen cometido en Riobamba a su hija, la escritora, maestra, ensayista y funcionaria de la Cancillería, Morayma Ofyr Carvajal, que aun identificados sus autores, el horrendo crimen quedó en la más vergonzosa impunidad).
Volviendo a lo nuestro, la amistad y los acercamientos culturales con Mary Corylé se robustecieron con el tiempo; por cerca de tres lustros se cruzaron nuestras manos, nuestros libros, nuestras cartas. La publicación en 1933 de su primer poemario Canta la Vida, no solamente que la reveló como una poeta de sostenidos y libérrimos acordes sensoriales donde el signo lingüístico se hace carne en su Verbo y éste desgarra las ataduras del deseo que fragua fulgores donde el verso codifica telares de pasión. El hermetismo de falsos pudores que limitó a sus antecesoras queda al descubierto y el beso ya no es intimidad en el amor, sino plenitud exorbitante de los cinco sentidos. “Bésame en los senos:/ armiño encendido/ tras la caridad/ leve del vestido/;…..Mis senos….mis senos…./ blancura encendida/ con yemas de rosas./ Mis senos…./ ondulantes plenos: bésame en los senos”. De esa vestidura apasionante que emanan en la copa del deseo los vinos de la vida están algunas de las codificaciones arquetípicas de mayores plenitudes sensoriales singularizándose en esas impertinencias epitéticas, o en esos miríficos y voluptuosos aromas semánticos: (“Mis senos:…..blancura encendida con yemas de rosas”) que fueron panal y miel, cauce y río en los mejores fulgores del modernismo: Y, por supuesto, Mary Corylé con su libro Canta la vida no solo que consigue desterrar los oropeles falsos con que se cubrían el cuerpo las mujeres al hablar del amor, sino que junto a la poética de César Andrade y Cordero instauran la vertiente del posmodernismo en el Azuay dentro de los procesos histórico-estéticos a los que están supeditados los movimientos literarios a nivel continental y aun universal.
En su poemario Aguafuertes, 1954 los horizontes temáticos son más amplios igual que las estructuras estróficas y los niveles de ritmo y consonancias. Ahora su visión se vigoriza en el yo-nosotros: el hombre del pueblo, la mujer de los aleros marginales, cuyas existencias no se equilibran con un sistema social excluyente, temática que lo llevará a denunciar con mayor fuerza en el cuento y no en el canto. Pero hay textos también en este libro donde la voz poética se ufana en evocar hechos heroicos de gestas libertarias y sus protagonistas. Sin embargo, no ha dejado de fluir en sus entrañas el fuego-amor de sus primeros versos; ahora más que nunca en un poema que ha pasado inadvertido por los
“críticos” y reseñadores de la poesía nacional (exceptuando a ese maestro en descubrir lo valioso indispensable, Antonio Lloret Bastidas), y que lleva por título, Quiero ser como el agua. En este poema Mary Corylé parte de un símil, -anhela ser como el agua-: impetuosa y torrencial en la bufanda de las cataratas o exitante de aromas dormidos como la flor del loto en las linfas del agua. Texto donde uno no sabe qué admirar más, si los enjambres del placer deshojando corpiños, o la audaz liberación del ego-libidinal que sin lastimar el lienzo morfo-semántico ha codificado uno de los espacios más vibrantes, y poéticos del amor-pasión escritos por pluma de mujer en el País de todos los tiempos: “Oh, el placer de mis linfas dormidas/ en tu carne urgida de sedes extrañas!/ Supremo el deleite de mi entraña pura/. Tendida en mi lecho de arena/ mis ojos luceros/ prenderán su lumbre de Amor en mi seno….cuando las desgarres con tu cuerpo de hombre!” (Versos de una estrofa de su poema “Quiero ser como el agua”). Es de esperar(se) que las féminas que escriben versos de amor-pasión-sexo en los tiempos actuales no pierdan esta hoja de ruta; pues, aunque los tiempos sean diferentes y “la moda no incomoda”, hay que mantener por elemental respeto, la majestad poética en los lenguajes y no los lenguajes en la banalidad de los conceptos.
Una de las facetas menos estudiadas y comprendidas de Mary Corylé en sin duda alguna sus romances, unos “fechos laureles” a la usanza de los cantares juglarescos y otros ya remozados en las actuales morfologías. No creemos que en los primeros haya pretensiones de snobismo, más bien pensamos que fue su amor por las raíces que enhebraron e inebriaron las primeras cántigas de los siglos XII y XIII en España. Gonzalo Zaldumbide parece acercarnos más a esa realidad cuando dice: “en esos moldes arcaicos se advierte más bien una devoción a una tarea casi cotidiana que le ha familiarizado con la fabla antigua. Muévese en ella con soltura, y nos da a catar de aquel añejo bon vino que saboreamos como novedad”.
No olvidemos que Mary Corylé estuvo muy ligada a su cosmovisión telúrica e histórica; a sus ancestros cañaris y a esos fulgores hispanos. de allí su amor por las estructuras de reconocida prosapia castellana: el romance y el soneto. El primero recorriendo con espacios históricos desde los albores de las texturas castellanas hasta los tan popularizados de García Lorca en el siglo XX . Iguales circunstancias y lapsos se dieron en el soneto desde Boscán y Garcilazo, siglo XVI hasta el ciclo áureo con Góngora y Quevedo y saltando a nuestra América con Neruda, Carrera Andrade, Gabriela o Lugones y ¡quién lo creyera! hasta como signo de vocación y talento (no de habilidades artesanales) con Cortázar y García Márquez.
Esa dualidad que se estructura entre los continentes (formas) y los contenidos (lenguajes) es lo que le ha permitido a Mary Corylé poetizar a contracorriente de los tiempos. En su soneto dedicado a Cuenca se pueden sentir, mirar, escuchar y aun acariciar esa doble estirpe: histórica-telúrica que ufanó su actitud y su canto. Escuchémosla en sus dos cuartetos: “Don Gil era poeta y quedó deslumbrado/ ante la realidad de sus sueños más grandes./ Don Gil era Tenorio y sintióse prendado/ de tu belleza máxima, Arcadia de los Andes./ Don Gil era Español y al escuchar la parla/ sonoramente quechua del Tumipamba indiano/ vertió en su seno armónico su castellana charla/ engendrando en sus ondas el Verbo Castellano”
De igual manera en el Romance del Amor Cañari logra enzarzar los códigos linguísticos nativos bajo la fronda de los octosílabos rítmicos donde los espacios descriptivos-narrativos se connubian con esos lenguajes de connotaciones semánticas ancestrales, maravillando las percepciones poéticas y las visiones históricas: “Padre Inti regó sus oros/ en el inmenso trigal:/ las espigas con los vientos/ ya están danzando el Jaguay”….”Trenzas de pelo tan negro/ como alas de gavilán/ y los senos –tugadoras-/ del húmedo carrizal”…” Diez huallcas de mullos rojos/ y cuentitas de coral/ besan la carne tostada/ de la virgen de Galuay”.
Los espacios culturales de Mary Corylé son múltiples, apenas en estas páginas hemos revisado con hondos afectos y certezas analíticas su poética. Nos quedan sus otras facetas de iguales méritos que se dieron en la narrativa, el periodismo, la cátedra y sobre todo por su indeclinable lucha por la Verdad, por la Justicia, por un concepto nuevo y revolucionario del Arte que hizo de su vida un radiante ejemplo reconocido donde hubo altura espiritual, talento superior y señorío intelectual.
ok
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