Alberto Ordóñez Ortiz
Por AGN -8 septiembre, 2018106
El maquillaje es uno de los recursos al que acuden los políticos -sin olvidar a la dulce coquetería femenina- para ocultar bajo una capa virtual el finalmente implacable rostro de la realidad. Cuando las cosas se ponen feas, sea porque en el país la inseguridad es peligrosa constante o la situación económica es una acusadora condena en contra de quienes para justificar su desgobierno acuden a ese desgastado, pero no por desgastado, siempre aprovechable recurso. No de otra manera se explica -por citar un ejemplo reciente- que el inefable Rafico se constituyera en su momento en paradigma de honestidad, aunque en realidad fuera: “de frente filo, y de filo nada”, amén de los antecedentes penales y demás yerbas que ahora le adornan. La verdad es que entre el maquillaje y/o el disfraz, varios de nuestros presidentes han tratado -sin lograrlo- de ocultar su incompetencia para conducir el destino del país para el que fueron elegidos.
El maquillaje es uno de los recursos al que acuden los políticos -sin olvidar a la dulce coquetería femenina- para ocultar bajo una capa virtual el finalmente implacable rostro de la realidad. Cuando las cosas se ponen feas, sea porque en el país la inseguridad es peligrosa constante o la situación económica es una acusadora condena en contra de quienes para justificar su desgobierno acuden a ese desgastado, pero no por desgastado, siempre aprovechable recurso. No de otra manera se explica -por citar un ejemplo reciente- que el inefable Rafico se constituyera en su momento en paradigma de honestidad, aunque en realidad fuera: “de frente filo, y de filo nada”, amén de los antecedentes penales y demás yerbas que ahora le adornan. La verdad es que entre el maquillaje y/o el disfraz, varios de nuestros presidentes han tratado -sin lograrlo- de ocultar su incompetencia para conducir el destino del país para el que fueron elegidos.
Basta una breve visión de nuestra historia republicana para comprobarlo. En el aquí y ahora, iluminadora frase de Ortega y Gasset, el país es la suma de dolorosos sobresaltos sucesivos que nos hablan de desatinos que no dejan lugar para la duda: el incremento de la deuda externa que crece sin cesar. A propósito, acaba de ampliarse en mil millones de dólares. Antes de ello, el Presidente afirmó con voz desconsolada -al menos ese era su tono- que por el monto de la deuda contraída por su predecesor, cada ecuatoriano tendrá que cancelar de por vida alrededor de 24o mil dólares -algo más o algo menos- y, no obstante, a continuación no le tembló la mano para acrecentar tanto la deuda externa como la individual que estamos obligados a pagar por obra y gracia de esas acciones en que la ambigüedad es su premisa fundamental o, dicho con más objetividad: su fachosa trastienda. Al momento, la certeza del engaño se inflama y pronto llegará el momento en que el olor de la falacia resultará insoportable.
Con conductas como la reseñada, se pretendería alterar las percepciones, remplazar el desasosiego dominante por el canto casi litúrgico, -por sus pretensiones de grandeza- de un trasnochado jubilo que, a todas luces resulta forzado y que apuntaría a lograr que la perfidia del enmascaramiento nos sojuzgue a través del descaro de la mendacidad que, por ventura, más a la corta que a la larga, terminará por ser insufrible inri.
El país se desangra a causa de las draconianas medidas económicas, hechura del súper ministro, ¿quién?, pues, el de finanzas, autor de la supresión del subsidio al diesel industrial del sector pesquero y camaronero y de su explosivo efecto dominó, como de las medidas que se vendrían a continuación: la eliminación de los subsidios a los demás combustibles. En boca de sus gobernantes -el país- es un hermoso panal de miel, pero por dentro es un matadero en el que a cada ecuatoriano se le extrae hasta el mismo tuétano de los huesos. Entonces, no hay duda. Todo es un disfraz. Una adulteración, sin que olvidemos que cuando el maquillaje se derrita, podría aparecer el más doloroso de los rostros: el de un payaso triste que, al final, se quedaría sin circo. (O)
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