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martes, 4 de junio de 2019

Correa al borde del abismo

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Pamela Martínez colabora con la Justicia. Que la exasesora de Rafael Correa dé información, debió generar pánico en la cúpula correísta. De hecho, algunos desaparecieron de inmediato -como Vinicio Alvarado- mientras Alexis Mera y María de los Ángeles Duarte fueron detenidos. Mera está con prisión preventiva; Duarte con grillete electrónico. Mera habría recibido pagos; Duarte coimas. La Fiscalía actuó basándose en un cuaderno de cuentas en el cual Pamela Martínez consignaba, a mano, los movimientos de dinero. Siempre hay, en cualquier mafia, un tesorero diligente.
Los jerarcas del correísmo lo sabían: eternizarse en el poder es el perfecto caldo de cultivo para que prospere la corrupción. Lo sabía Fernando Cordero que, en su segundo mandato como presidente de la Asamblea Nacional (2011 a 2013) dijo a este periodista, en ‘off’, que no convenía a Alianza PAIS ir a la reelección en 2013. Lo decía evocando lo que estaba pasando en Venezuela. Pero claro: ya había en Ecuador suficientes casos que delataban la corrupción en el gobierno del cual hacía parte. Y por supuesto se sentía que todos los jerarcas, también Fernando Cordero, estaban unidos por la ley del silencio. Esta incluía un arsenal de argumentos que volvía incongruente la sola idea de que en la revolución de las manos limpias pudiera haber corruptos. Y no había: la prueba que daban era que la Fiscalía no había acusado a nadie y que aquellos -muy pocos- que la Contraloría señalaba en algún caso de corrupción o glosa, no pertenecían al movimiento Alianza PAIS.
En realidad, la cúpula de Alianza PAIS se volvió una mafia camuflada tras un discurso seudorrevolucionario, apoyado en infinidad de coartadas: desprestigiar a los autores de la denuncia. Declararse engañados por algún traidor. Desvincularse del sindicado. Gritar (cuando el delito es inocultable) que no conocen a los autores. Clamar, ante las pruebas, que son montajes. Erigirse en todos los casos en perseguidos políticos...
Nada nuevo inventó el correísmo en ese campo. Tampoco lo ha hecho la Justicia, que desde tiempos inmemoriales (quizá desde Tiberio a cargo del imperio romano a partir del año 42 a. C.) usó la figura del delator. Joseph Valachi se convirtió, en 1963, en el gran traidor de la Cosa Nostra ante una comisión del Congreso de Estados Unidos. No hay otra forma de romper la ley del silencio, los pactos de sangre, la lealtad política y la solidaridad que imponen los secretos criminales.
El expresidente Correa está en el peor de los mundos. Porque ahora la Justicia puede armar los rompecabezas desde adentro. Desde los mecanismos ideados para coimar y volverse millonarios usando los cargos y las posiciones de poder. Ninguno de esos actores querrá pasar 20 o 30 años preso. La tentación de hablar, de entregar documentos y pistas para que la Fiscalía trabaje, a cambio de acuerdos para disminuir las penas, se convierte en la peor pesadilla para el expresidente. Por una razón evidente: nada de lo que hicieron Jorge Glas, Vinicio Alvarado, Alexis Mera, Carlos Pareja Yannuzzelli, Fernando Alvarado, María de los Ángeles Duarte... le era ajeno. Él usó su enorme poder para defender a aquellos jerarcas que iban cayendo. La protección que dio a Alecksey Mosquera, acusado de recibir un millón de dólares de Odebrecht, fue sintomática: dijo que era “un acuerdo entre privados”.
Correa está en terreno minado: su línea de defensa -un mar de palabras- puede ahora chocar contra pruebas ciertas entregadas por su cúpula. Si ese escenario se ratifica, el abismo para él no estará lejos. (Expreso)

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