Cómo se vende un candidato
En términos generales, los partidos y movimientos políticos ecuatorianos —incluido Alianza País— sufren una anemia de liderazgo y arrastran una hoja de vida cargada de desaciertos y desencuentros con la ciudadanía a la cual están obligados a representar. Eventualmente han sido reemplazados por movimientos espontáneos originados al calor de la activación facilitada por las redes sociales y por su incapacidad de mirar más allá de sus narices.
04 de septiembre del 2018

POR: Gustavo Isch
Consultor político, experto en campañas electorales.
Casi 7 de cada 10 ecuato-rianos que votan, afirman hacerlo consuetudi-nariamente por nombres o personas, más no por partidos o movi-mientos políticos".
La conocida fórmula ideal: investigación-estrategia-comunicación que es la pirámide básica de todo proceso de construcción política en campaña, podría bastar para establecer la hoja de ruta de toda agrupación y cualquier candidato a un cargo de elección popular; pero el tema no es tan simple: a esa base le faltan pisos que deben ensamblar componentes tales como un candidato adecuado, recursos suficientes, estructura implantada en territorio, un equipo altamente competente y minuciosamente seleccionado capaz de definir estrategias y planes, construir mensajes, gestionar crisis, direccionar la producción de piezas de alto impacto emocional, entre otros elementos.
A cuatro meses de que inicie en el país un nuevo proceso para elegir autoridades en los gobiernos seccionales, el escenario está lejos de cerrarse, sin embargo este episodio trae consigo algunas características que merecen comentarse.
Las próximas elecciones vienen cocinándose en el contexto nacional de transición política y económica post correísta y muestran una alta fragmentación: 175 movimientos inscritos en el CNE Transitorio se han apuntado para participar en un mercado electoral que cuenta con algo más de 13 millones de ciudadanos habilitados para sufragar, entre los que probablemente se encuentra el incierto porcentaje de fantasmas que ejercieron su derecho al voto, gracias al padrón electoral nunca depurado durante el reinado de la revolución ciudadana.
El número de estructuras políticas inscritas en el CNE puede ser interpretado por algunos como un saludable síntoma de la participación política abierta en el país, de la vigencia de las minorías y sus diversas aspiraciones; pero para otros enfoques, ese dato más bien expresa una defectuosa ingeniería electoral que promueve el asentamiento de intereses particulares, los mismos que suelen fomentar el caciquismo o incentivar liderazgos fugaces engordados a la sombra de coyunturas de corto aliento; así como también evidencia los límites de esas estructuras para ampliar su radio de acción, el modo en que pueden saturar al Estado con demandas que eventualmente se oponen a los intereses de las mayorías, u operar como fuente de conflictos que en determinados momentos tienden a colapsar importantes tramos del sistema de representación en una democracia vulnerable.
En medio de esa multiplicidad de organizaciones, el movimiento Alianza País, el Partido Social Cristiano-Madera de Guerrero, y CREO, registran los niveles más altos de conocimiento y agrado- desagrado a nivel nacional; el de mayor implantación es Alianza País, en tanto las otras dos organizaciones se alternan en el segundo lugar anclando su posicionamiento a su capacidad de intervenir en ciertas coyunturas (elecciones, referéndum, crisis en la frontera norte), siendo fuertes en ciertas provincias, pero mostrando serias debilidades e incluso sin tener ninguna presencia en otras.
A la fecha de este artículo, del nutrido abanico de agrupaciones registradas en el CNE ninguna otra fuera de las mencionadas, es trascendente a nivel regional y menos aún a nivel nacional. De su participación en las próximas elecciones depende incluso la supervivencia de muchas de ellas, y hasta el debut auspicioso o el fracaso de alguna, como podría ocurrir en el caso de Democracia Sí.
Quizá el detalle más interesante al mirar la data disponible sobre este tema, es el que señala al PSC/Madera de Guerrero como la única organización cuyo porcentaje de agrado es mayor que el de desagrado, por un margen de apenas algo más de 2 puntos. Esto, dicho de otro modo, significa que hay una abierta mayoría a la que no le gustan los partidos políticos que conoce y que no se siente representado por ellos actualmente, y ninguna de las dos organizaciones más reconocidas le cae en gracia a más del 53% de personas.
De lo mencionado, se entiende porqué casi 7 de cada 10 ecuatorianos que votan, afirman hacerlo consuetudinariamente por nombres o personas, más no por partidos o movimientos políticos.
Estos primeros datos explican la razón por la todas las organizaciones políticas han decidido enfrentar el próximo evento electoral privilegiando la conformación de alianzas, han vuelto sus ojos desesperadamente hacia los gobierno locales, y también ayudan a entender porqué las papeletas electorales para optar por la alcaldía y la prefectura se arman y desarman casi a diario; salvo en la provincia del Guayas, donde el PSC/Madera de Guerrero y una coalición afín al morenismo han confirmado su participación electoral y se hallan en franca pre-campaña como contendientes más opcionados.
Otro factor interesante que gravita fuertemente en la conformación preliminar de las papeletas electorales, tiene que ver con la definición del perfil que demanda la ciudadanía para los aspirantes a las diferentes dignidades. El consabido debate que privilegiaba el expediente ideológico de los candidatos para fijarlos como figuras de elección popular, hoy ha sido subordinado a las proposiciones que despejan la estadística, el neuromarketing y las estrategias de mercadeo político, en cuyas recomendaciones hay coincidencias en la pertinencia de redefinir los perfiles, afinar los discursos y manejar competentemente los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales para llegar a los nuevos electores, particularmente a los jóvenes cuyo peso demográfico es superior al de los demás grupos estratificados de votantes.
En el caso de Quito, por ejemplo, los electores se inclinan por un candidato con experiencia, pero manifiestan un alto rechazo hacia los partidos políticos (más del 60%). Por el contrario, no “castigan” a priori la juventud de un aspirante, sino que algo más del 40% exige un expediente que evidencie capacidad, liderazgo y competencia para aspirar al cargo. Queda claro que no es un tema de edad y que “experiencia” no se lee como años de militancia o camisetazos; además indica que el efecto Rodas —como podría llamarse a la percepción de que el fracaso del actual alcalde se endosará a todo aspirante joven y sin experiencia política— no necesariamente aplica en todos los electores.
Este matiz, correctamente entendido por un estratega, bastaría para ayudarle a prefigurar su campaña si no tiene a la mano un viejo zorro de la política o un exfuncionario probado en la administración de la ciudad o la provincia. En Quito la brecha entre el grupo que prefiere un político con experiencia a un candidato nuevo, puede cubrirse con un perfil fresco, profesionalmente capaz, valiente (habrá que tomar decisiones difíciles) moderno, y suficientemente carismático. Lo que sí está claro, es que el elector quiteño no volverá a votar por un improvisado para la alcaldía. Está por verse, la carrera aún no empieza.
Sin embargo, el caso de la prefectura no es exacto al anterior. Sorprende que más del 80% de personas que habitan en la zona urbana metropolitana, y que en amplios sectores periféricos muchos no saben qué es ni para qué sirve una prefectura. Así también, cerca del 90% de la masa electoral está dentro de este perímetro, por lo que muchas tiendas políticas han desestimado y desaprovechado las oportunidades de gestión que ofrece este espacio de trabajo; el ego y la ambición de ciertos cuadros ambiciona el concejo municipal y desdeña el gobierno de la provincia debido quizá a su imagen atávica de oficina afincada en la periferia y más cerca de la ruralidad que de la urbe.
Dicha imagen ha sido mantenida hábilmente durante 11 años de administración de Alianza País en la prefectura, y parecería que el mayor de sus éxitos ha sido mantener a este organismo en el absoluto bajo perfil, por obvias razones.
Veamos ahora qué pasa con el proceso de selección de los aspirantes a candidatos.
En las dos ciudades y provincias más grandes del país, las próximas elecciones enfrentarán a quienes apuestan por la rancia experiencia administrativa y política, frente a nuevas propuestas enarboladas por candidatos prácticamente desconocidos, o al menos relativamente nóveles en política, sobre los cuales es previsible que también opere el auspicio de estructuras políticas de vieja data.
Adicionalmente, hay que destacar que sobre cualquiera de los dos perfiles de candidatos presiona irremisiblemente la necesidad de que las tiendas políticas que los promuevan, cuenten con el dinero indispensable para sostener la campaña. En otras palabras, el caballo ganador no solo debe serlo, sino parecerlo, para lograr que sobre él confluyan recursos sin los cuales entraría en desventaja frente a otros competidores. En estas elecciones, nadie parece dispuesto a apostar para perder.
A diferencia del fútbol, el recambio de líderes en los partidos tradicionales ecuatorianos parece que no vendrá desde sus canteras formativas, sino desde personajes ubicados por operadores y “caza talentos” de la política.
Quizá la paradoja que más desnudó el dilema que parecen vivir las estructuras políticas tradicionales, vino de la mano de Guillermo Lasso hace un par de semanas, durante el evento organizado en un lugar privado en la capital de la república para que el joven empresario Juan Carlos Holguín presente su libro Juego Limpio.
El banquero guayaquileño anunció la nominación de Holguín como su candidato para la alcaldía de Quito al final de la presentación. Ante las cámaras de un canal de televisión, el ungido afirmó hallarse sorprendido por la designación, y reconoció que él no participa, no conoce lo que ocurre, ni es parte del círculo directivo cercano al líder de CREO en donde se tomó esa decisión. Quizá tampoco lo sabía cuando trabajó casi un año y medio como funcionario en la alcaldía de Mauricio Rodas.
El ingreso a la política del joven candidato de CREO fue patético, por decirlo amigablemente. Su perfil de millennial y de empresario deportivo exitoso, fue anegado por el irreflexivo temple del banquero guayaquileño que vino a Quito y definió el candidato que conviene a los capitalinos, sacando del juego limpio con una barrida monumental y descortés, al activista César Montúfar quien hasta ese minuto se presentaba como precandidato de esa agrupación, pese a que todos sabían que no contaba con “los números” propicios en ninguna encuesta.
Lasso ni siquiera reparó en que el Código Orgánico de la Democracia exige que los candidatos sean elegidos en primarias organizadas por cada organización y supervigiladas por el CNE. La suya fue una demostración de autoridad percibida casi como imposición, que subrayó a los quiteños lo mucho que se diferencian las costumbres políticas y sus manejos escénicos, dependiendo de dónde vengan y de la posición que ocupan los tomadores de decisión.
A la descripción del entorno electoral que estamos comentando, debemos sumar el rol de otro factor: el gobierno nacional. ¿Es correcto pensar que Lenín Moreno se cruzará de brazos mientras se pierden bajo el control de otros movimientos políticos distintos a Alianza País, ciudades políticamente determinantes para mantener el ambiente de gobernabilidad que el régimen necesita para mantener una estabilidad social y política indispensables, amenazadas por una economía en crisis? Creemos que no. Tanto es así que ese movimiento ha decidido participar aun cuando es una colcha de retazos provenientes del correísmo, mirado con recelo por una ciudadanía que atestigua como se acomodan en el régimen, y conviven por fuerza con personajes de otras tendencias alrededor del presidente.
En Guayaquil y Guayas, Alianza País ha articulado una alianza poderosa con Centro Democrático liderado por el actual prefecto Jimmy Jairala, y con Democracia Sí, de Gustavo Larrea. Por primera vez en más de dos décadas, la hegemonía socialcristiana en el cabildo porteño está a un tris de perderse, dada la cercanía en los números que marcan las encuestas entre ambos bandos. El evento electoral en Guayaquil y Guayas parece épico, mientras en Quito y Pichincha la misma elección parece básica, debido a que Alianza País no presentará un candidato propio, favoreciendo indirectamente así al ex burgomaestre capitalino Paco Moncayo, quien aspira por tercera ocasión llegar a la alcaldía. Democracia Sí aparentemente se sumará a ese auspicio pero propondría sus nombres para la concejalía y para la prefectura.
Pero no todo está dicho en las faldas del Pichincha. La candidatura de Moncayo llegó en su mejor momento a algo más de 30% de intención de voto y ese techo parece difícil de romper, siendo más bien probable que en el curso de la campaña empiece a disminuir. En todos los sondeos realizados hasta el momento, ninguno de los precandidatos en papeleta tiene posibilidades de ganarle, salvo uno: Juan Zapata, el expolicía, promotor de la campaña “corazones azules” y actual responsable de la seguridad del distrito metropolitano de Quito bajo la administración Rodas.
Para Moncayo es vital que Zapata no compita con él por el mismo cargo. Este hecho podría haber empujado a privilegiar su alianza con el ex oficial, proponiéndole la candidatura a la prefectura, en detrimento de un entendimiento previo con Democracia Sí, que a la fecha de este artículo acusa la falta de un candidato con posibilidades para correr por la alcaldía, y cuyo precandidato a la prefectura aún no muestra números convincentes.
Si las cosas no se modifican, Quito y Pichincha tendrán en papeleta un binomio muy opcionado, conformado por un ex militar y un ex policía. Una perfecta combinación de experiencia castrense-administrativa y política; no obstante, poco más del 60% de quiteños no miran con tanto entusiasmo esa dupla, pues apoyan a otros potenciales candidatos, o forman parte del grupo de los indecisos.
En términos generales, los partidos y movimientos políticos ecuatorianos —incluido Alianza País— sufren una anemia de liderazgo y arrastran una hoja de vida cargada de desaciertos y desencuentros con la ciudadanía a la cual están obligados a representar. Eventualmente han sido reemplazados por movimientos espontáneos originados al calor de la activación facilitada por las redes sociales y por su incapacidad de mirar más allá de sus narices.
El marketing político ha calado fuerte y se anticipa como un recurso privilegiado para diseñar estrategias con opciones de victoria. A nivel local, el porcentaje significativo de viejos y hasta cuasi resucitados personajes políticos —algunos herederos de caudillos locales, y políticos que buscan relegirse o migrar hacia otra función de representación popular en los espacios locales— supera al porcentaje de nuevas figuras, y ninguna de las que hasta el momento se han dejado ver, justifican con solidez las razones de su nominación.
La comunicación política permea todo el ambiente nacional desde hace 11 años, producto de la campaña permanente desatada durante el correato, ello no quiere decir que los niveles de conocimiento o de participación sean necesariamente cualificados y sobrepasen el promedio de peso y calidad ideales en una democracia moderna; significa, al parecer, que el mercado de la opinión pública se encuentra abarrotado de juicios, prejuicios y opiniones que luchan por posicionarse en el llamado mundo de la post verdad, en el que no importan el peso de las evidencias o la facticidad de la realidad, sino la predisposición de cada uno a creer o no, lo que le da la regalada gana, y a casarse con la mejor estrategia de mercadeo. Los próximos comicios estarán marcados por la más alta emocionalidad en la selección, por sobre la racionalidad.
Sobre el modo en que se están perfilando las estrategias, el rol de las redes sociales, las características y preferencias de los grupos mayoritarios segmentados entre millennials, mujeres, y otros; así como sobre los próximos avatares de esta ruta preelectoral, comentaremos en la segunda parte de este análisis sobre COMO SE VENDE UN CANDIDATO.
A cuatro meses de que inicie en el país un nuevo proceso para elegir autoridades en los gobiernos seccionales, el escenario está lejos de cerrarse, sin embargo este episodio trae consigo algunas características que merecen comentarse.
Las próximas elecciones vienen cocinándose en el contexto nacional de transición política y económica post correísta y muestran una alta fragmentación: 175 movimientos inscritos en el CNE Transitorio se han apuntado para participar en un mercado electoral que cuenta con algo más de 13 millones de ciudadanos habilitados para sufragar, entre los que probablemente se encuentra el incierto porcentaje de fantasmas que ejercieron su derecho al voto, gracias al padrón electoral nunca depurado durante el reinado de la revolución ciudadana.
El número de estructuras políticas inscritas en el CNE puede ser interpretado por algunos como un saludable síntoma de la participación política abierta en el país, de la vigencia de las minorías y sus diversas aspiraciones; pero para otros enfoques, ese dato más bien expresa una defectuosa ingeniería electoral que promueve el asentamiento de intereses particulares, los mismos que suelen fomentar el caciquismo o incentivar liderazgos fugaces engordados a la sombra de coyunturas de corto aliento; así como también evidencia los límites de esas estructuras para ampliar su radio de acción, el modo en que pueden saturar al Estado con demandas que eventualmente se oponen a los intereses de las mayorías, u operar como fuente de conflictos que en determinados momentos tienden a colapsar importantes tramos del sistema de representación en una democracia vulnerable.
En medio de esa multiplicidad de organizaciones, el movimiento Alianza País, el Partido Social Cristiano-Madera de Guerrero, y CREO, registran los niveles más altos de conocimiento y agrado- desagrado a nivel nacional; el de mayor implantación es Alianza País, en tanto las otras dos organizaciones se alternan en el segundo lugar anclando su posicionamiento a su capacidad de intervenir en ciertas coyunturas (elecciones, referéndum, crisis en la frontera norte), siendo fuertes en ciertas provincias, pero mostrando serias debilidades e incluso sin tener ninguna presencia en otras.
A la fecha de este artículo, del nutrido abanico de agrupaciones registradas en el CNE ninguna otra fuera de las mencionadas, es trascendente a nivel regional y menos aún a nivel nacional. De su participación en las próximas elecciones depende incluso la supervivencia de muchas de ellas, y hasta el debut auspicioso o el fracaso de alguna, como podría ocurrir en el caso de Democracia Sí.
Quizá el detalle más interesante al mirar la data disponible sobre este tema, es el que señala al PSC/Madera de Guerrero como la única organización cuyo porcentaje de agrado es mayor que el de desagrado, por un margen de apenas algo más de 2 puntos. Esto, dicho de otro modo, significa que hay una abierta mayoría a la que no le gustan los partidos políticos que conoce y que no se siente representado por ellos actualmente, y ninguna de las dos organizaciones más reconocidas le cae en gracia a más del 53% de personas.
De lo mencionado, se entiende porqué casi 7 de cada 10 ecuatorianos que votan, afirman hacerlo consuetudinariamente por nombres o personas, más no por partidos o movimientos políticos.
Estos primeros datos explican la razón por la todas las organizaciones políticas han decidido enfrentar el próximo evento electoral privilegiando la conformación de alianzas, han vuelto sus ojos desesperadamente hacia los gobierno locales, y también ayudan a entender porqué las papeletas electorales para optar por la alcaldía y la prefectura se arman y desarman casi a diario; salvo en la provincia del Guayas, donde el PSC/Madera de Guerrero y una coalición afín al morenismo han confirmado su participación electoral y se hallan en franca pre-campaña como contendientes más opcionados.
Otro factor interesante que gravita fuertemente en la conformación preliminar de las papeletas electorales, tiene que ver con la definición del perfil que demanda la ciudadanía para los aspirantes a las diferentes dignidades. El consabido debate que privilegiaba el expediente ideológico de los candidatos para fijarlos como figuras de elección popular, hoy ha sido subordinado a las proposiciones que despejan la estadística, el neuromarketing y las estrategias de mercadeo político, en cuyas recomendaciones hay coincidencias en la pertinencia de redefinir los perfiles, afinar los discursos y manejar competentemente los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales para llegar a los nuevos electores, particularmente a los jóvenes cuyo peso demográfico es superior al de los demás grupos estratificados de votantes.
En el caso de Quito, por ejemplo, los electores se inclinan por un candidato con experiencia, pero manifiestan un alto rechazo hacia los partidos políticos (más del 60%). Por el contrario, no “castigan” a priori la juventud de un aspirante, sino que algo más del 40% exige un expediente que evidencie capacidad, liderazgo y competencia para aspirar al cargo. Queda claro que no es un tema de edad y que “experiencia” no se lee como años de militancia o camisetazos; además indica que el efecto Rodas —como podría llamarse a la percepción de que el fracaso del actual alcalde se endosará a todo aspirante joven y sin experiencia política— no necesariamente aplica en todos los electores.
Este matiz, correctamente entendido por un estratega, bastaría para ayudarle a prefigurar su campaña si no tiene a la mano un viejo zorro de la política o un exfuncionario probado en la administración de la ciudad o la provincia. En Quito la brecha entre el grupo que prefiere un político con experiencia a un candidato nuevo, puede cubrirse con un perfil fresco, profesionalmente capaz, valiente (habrá que tomar decisiones difíciles) moderno, y suficientemente carismático. Lo que sí está claro, es que el elector quiteño no volverá a votar por un improvisado para la alcaldía. Está por verse, la carrera aún no empieza.
Sin embargo, el caso de la prefectura no es exacto al anterior. Sorprende que más del 80% de personas que habitan en la zona urbana metropolitana, y que en amplios sectores periféricos muchos no saben qué es ni para qué sirve una prefectura. Así también, cerca del 90% de la masa electoral está dentro de este perímetro, por lo que muchas tiendas políticas han desestimado y desaprovechado las oportunidades de gestión que ofrece este espacio de trabajo; el ego y la ambición de ciertos cuadros ambiciona el concejo municipal y desdeña el gobierno de la provincia debido quizá a su imagen atávica de oficina afincada en la periferia y más cerca de la ruralidad que de la urbe.
Dicha imagen ha sido mantenida hábilmente durante 11 años de administración de Alianza País en la prefectura, y parecería que el mayor de sus éxitos ha sido mantener a este organismo en el absoluto bajo perfil, por obvias razones.
Veamos ahora qué pasa con el proceso de selección de los aspirantes a candidatos.
En las dos ciudades y provincias más grandes del país, las próximas elecciones enfrentarán a quienes apuestan por la rancia experiencia administrativa y política, frente a nuevas propuestas enarboladas por candidatos prácticamente desconocidos, o al menos relativamente nóveles en política, sobre los cuales es previsible que también opere el auspicio de estructuras políticas de vieja data.
Adicionalmente, hay que destacar que sobre cualquiera de los dos perfiles de candidatos presiona irremisiblemente la necesidad de que las tiendas políticas que los promuevan, cuenten con el dinero indispensable para sostener la campaña. En otras palabras, el caballo ganador no solo debe serlo, sino parecerlo, para lograr que sobre él confluyan recursos sin los cuales entraría en desventaja frente a otros competidores. En estas elecciones, nadie parece dispuesto a apostar para perder.
A diferencia del fútbol, el recambio de líderes en los partidos tradicionales ecuatorianos parece que no vendrá desde sus canteras formativas, sino desde personajes ubicados por operadores y “caza talentos” de la política.
Quizá la paradoja que más desnudó el dilema que parecen vivir las estructuras políticas tradicionales, vino de la mano de Guillermo Lasso hace un par de semanas, durante el evento organizado en un lugar privado en la capital de la república para que el joven empresario Juan Carlos Holguín presente su libro Juego Limpio.
El banquero guayaquileño anunció la nominación de Holguín como su candidato para la alcaldía de Quito al final de la presentación. Ante las cámaras de un canal de televisión, el ungido afirmó hallarse sorprendido por la designación, y reconoció que él no participa, no conoce lo que ocurre, ni es parte del círculo directivo cercano al líder de CREO en donde se tomó esa decisión. Quizá tampoco lo sabía cuando trabajó casi un año y medio como funcionario en la alcaldía de Mauricio Rodas.
El ingreso a la política del joven candidato de CREO fue patético, por decirlo amigablemente. Su perfil de millennial y de empresario deportivo exitoso, fue anegado por el irreflexivo temple del banquero guayaquileño que vino a Quito y definió el candidato que conviene a los capitalinos, sacando del juego limpio con una barrida monumental y descortés, al activista César Montúfar quien hasta ese minuto se presentaba como precandidato de esa agrupación, pese a que todos sabían que no contaba con “los números” propicios en ninguna encuesta.
Lasso ni siquiera reparó en que el Código Orgánico de la Democracia exige que los candidatos sean elegidos en primarias organizadas por cada organización y supervigiladas por el CNE. La suya fue una demostración de autoridad percibida casi como imposición, que subrayó a los quiteños lo mucho que se diferencian las costumbres políticas y sus manejos escénicos, dependiendo de dónde vengan y de la posición que ocupan los tomadores de decisión.
A la descripción del entorno electoral que estamos comentando, debemos sumar el rol de otro factor: el gobierno nacional. ¿Es correcto pensar que Lenín Moreno se cruzará de brazos mientras se pierden bajo el control de otros movimientos políticos distintos a Alianza País, ciudades políticamente determinantes para mantener el ambiente de gobernabilidad que el régimen necesita para mantener una estabilidad social y política indispensables, amenazadas por una economía en crisis? Creemos que no. Tanto es así que ese movimiento ha decidido participar aun cuando es una colcha de retazos provenientes del correísmo, mirado con recelo por una ciudadanía que atestigua como se acomodan en el régimen, y conviven por fuerza con personajes de otras tendencias alrededor del presidente.
En Guayaquil y Guayas, Alianza País ha articulado una alianza poderosa con Centro Democrático liderado por el actual prefecto Jimmy Jairala, y con Democracia Sí, de Gustavo Larrea. Por primera vez en más de dos décadas, la hegemonía socialcristiana en el cabildo porteño está a un tris de perderse, dada la cercanía en los números que marcan las encuestas entre ambos bandos. El evento electoral en Guayaquil y Guayas parece épico, mientras en Quito y Pichincha la misma elección parece básica, debido a que Alianza País no presentará un candidato propio, favoreciendo indirectamente así al ex burgomaestre capitalino Paco Moncayo, quien aspira por tercera ocasión llegar a la alcaldía. Democracia Sí aparentemente se sumará a ese auspicio pero propondría sus nombres para la concejalía y para la prefectura.
Pero no todo está dicho en las faldas del Pichincha. La candidatura de Moncayo llegó en su mejor momento a algo más de 30% de intención de voto y ese techo parece difícil de romper, siendo más bien probable que en el curso de la campaña empiece a disminuir. En todos los sondeos realizados hasta el momento, ninguno de los precandidatos en papeleta tiene posibilidades de ganarle, salvo uno: Juan Zapata, el expolicía, promotor de la campaña “corazones azules” y actual responsable de la seguridad del distrito metropolitano de Quito bajo la administración Rodas.
Para Moncayo es vital que Zapata no compita con él por el mismo cargo. Este hecho podría haber empujado a privilegiar su alianza con el ex oficial, proponiéndole la candidatura a la prefectura, en detrimento de un entendimiento previo con Democracia Sí, que a la fecha de este artículo acusa la falta de un candidato con posibilidades para correr por la alcaldía, y cuyo precandidato a la prefectura aún no muestra números convincentes.
Si las cosas no se modifican, Quito y Pichincha tendrán en papeleta un binomio muy opcionado, conformado por un ex militar y un ex policía. Una perfecta combinación de experiencia castrense-administrativa y política; no obstante, poco más del 60% de quiteños no miran con tanto entusiasmo esa dupla, pues apoyan a otros potenciales candidatos, o forman parte del grupo de los indecisos.
En términos generales, los partidos y movimientos políticos ecuatorianos —incluido Alianza País— sufren una anemia de liderazgo y arrastran una hoja de vida cargada de desaciertos y desencuentros con la ciudadanía a la cual están obligados a representar. Eventualmente han sido reemplazados por movimientos espontáneos originados al calor de la activación facilitada por las redes sociales y por su incapacidad de mirar más allá de sus narices.
El marketing político ha calado fuerte y se anticipa como un recurso privilegiado para diseñar estrategias con opciones de victoria. A nivel local, el porcentaje significativo de viejos y hasta cuasi resucitados personajes políticos —algunos herederos de caudillos locales, y políticos que buscan relegirse o migrar hacia otra función de representación popular en los espacios locales— supera al porcentaje de nuevas figuras, y ninguna de las que hasta el momento se han dejado ver, justifican con solidez las razones de su nominación.
La comunicación política permea todo el ambiente nacional desde hace 11 años, producto de la campaña permanente desatada durante el correato, ello no quiere decir que los niveles de conocimiento o de participación sean necesariamente cualificados y sobrepasen el promedio de peso y calidad ideales en una democracia moderna; significa, al parecer, que el mercado de la opinión pública se encuentra abarrotado de juicios, prejuicios y opiniones que luchan por posicionarse en el llamado mundo de la post verdad, en el que no importan el peso de las evidencias o la facticidad de la realidad, sino la predisposición de cada uno a creer o no, lo que le da la regalada gana, y a casarse con la mejor estrategia de mercadeo. Los próximos comicios estarán marcados por la más alta emocionalidad en la selección, por sobre la racionalidad.
Sobre el modo en que se están perfilando las estrategias, el rol de las redes sociales, las características y preferencias de los grupos mayoritarios segmentados entre millennials, mujeres, y otros; así como sobre los próximos avatares de esta ruta preelectoral, comentaremos en la segunda parte de este análisis sobre COMO SE VENDE UN CANDIDATO.
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